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Noticia

La guerra, por sobre la política
Artículo de José Paradiso. diario Clarín.

  Fecha: 26/03/2003
  Tema relacionado: Enfoques Internacionales

Estamos asistiendo, a partir de la entrada de las tropas aliadas a Irak, a la entronización de la razón militar y el tutelazgo norteamericano en el rediseño global.

El estupor y la indignación prácticamente pueden tocarse. En todo el mundo a la gente de buena voluntad le cuesta dar crédito a lo que ve y oye.

A pesar de que la historia de la humanidad sobreabunda en atrocidades, injusticias e ilegalidades, habría que ir muy atrás en su itinerario para encontrar parecida exhibición de poder y fuerza en estado puro.

Pocas semanas después del atentado a las Torres Gemelas, un analista de política internacional comentaba: "Lo que habrá de suceder de aquí en más será resultado del lugar que ocupe la política. De las oportunidades que se le brinden. No sólo en el contexto de la reacción inmediata sino en el futuro. Otra vez el antiguo dilema de la contestación que se le da a un conflicto: política o militar".

En aquellos días se trataba de un interrogante; ahora se sabe la respuesta: ganó la opción bélica y no como continuidad de la política por otros medios, sino prevaleciendo sobre ella. En rigor, el episodio del 11 de setiembre le dio la oportunidad al "Proyecto para un Nuevo Siglo Americano" y a la doctrina de la guerra preventiva que desde muchos años atrás maduraban en la mente de políticos y estrategas estadounidenses ahora instalados en los primeros niveles de decisión: primacía absoluta sustentada en una maquinaria militar tan potente como fuera necesaria para evitar cualquier rivalidad local o global, y atacar con o sin pruebas, a sólo sospecha de amenaza.

El segundo pretexto lo brindaría la autocracia iraquí, cuya naturaleza y localización les permitía elevar la apuesta: un paso adelante en el control de las reservas petroleras y primera pieza de un dominó de ingeniería geopolítica regional. Contaban también, aunque en otro nivel, necesidades domésticas de ocultamiento: de las dificultades económicas, del fenomenal déficit presupuestario presionado al límite por el rubro defensa, de la falta de control de engaños contables y fraudes financieros de empresas líderes, de un cierto debilitamiento de la imagen presidencial en el horizonte electoral, del fracaso de la captura de Bin Laden, de la justificación de las dosis de miedo que se inoculaban en una sociedad sensibilizada y vulnerable.

Se comenzó mencionando el "Eje del mal", una denuncia que, según nos hemos enterado después, fue parte de un truco publicitario que aprovechó el recuerdo de la alianza fascista de la Segunda Guerra y por eso necesitó encontrar a tres miembros. Al inicio se notaban vacilaciones y diferencias de criterio al interior de la administración respecto de propósitos finales y medios: evitar que Hussein se hiciera de un arsenal de armas de destrucción masiva o derrocarlo; actuar unilateralmente o por medio del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En setiembre de 2002 parecía que la hiperpotencia estaba dispuesta a apartarse de una "actuación en solitario" y obrar con y a través de el Consejo, rehabilitando un sistema de inspección en Irak que controlara su desarme. En esa ocasión se construyó un discurso basado en la preservación de la autoridad y credibilidad de la organización.

Por lo visto, alguien había convencido a sus colegas de que no habría oposición a los dictámenes de Washington, una alternativa que ningún analista serio hubiera descartado de antemano. Y cuando países como Francia y Alemania insinuaron el veto, los mismos que habían proclamado la necesidad de actuar militarmente para preservar la credibilidad de las Naciones Unidas, anunciaron que seguirían adelante con o sin ella.

Falló la gama de recursos con los que en otras ocasiones se había logrado el respaldo —recursos que incluyen presiones, chantajes, presentación de pruebas fraguadas por los denominados "guerreros de la información", etc.— y quedó en evidencia el criterio autoritario con que se interpretan los consensos y los derechos de discrepancia. La ONU valía en tanto homenajeaba al UNO.

Siguieron trabajosos esfuerzos por doblegar a quienes no acordaban con el recurso inmediato de la guerra. Se emplearon todos los procedimientos, incluida la denominada "vigilancia agresiva", método de intercepción de llamadas telefónicas y correos electrónicos de los miembros del Consejo con el propósito de conocer sus intenciones y, según rezaba la directiva, "obtener resultados favorables a los objetivos de Estados Unidos".

Así como los miembros del Consejo no podían oponerse a Washington, los inspectores encargados de ejecutar la resolución 1441 no podían dejar de descubrir las evidencias del arsenal iraquí y de sus vinculaciones con los terroristas. Las sospechas se tornan pruebas. Aunque no se encuentren armas o conexiones con Bin Laden, armas y conexiones habrá. Tan secretos son los emplazamientos que nadie los encuentra, pero tampoco nadie puede negar su existencia. Mientras tanto, Bush proclama su derecho a "hacer lo apropiado" y amenaza con perder la paciencia. Y la acción preventiva llega.

Autoridad moral y legitimidad

Dos razones principales respaldan el rechazo a la guerra concebida del modo en que piensan sus auspiciantes: a) porque quien dicta sentencia y se encarga de ejecutarla es un poder inhabilitado para actuar en nombre y representación de la justicia; b) porque la guerra es el medio menos apto para lograr los objetivos legítimos, trátese del desarme de Irak, el derrocamiento de sus dirigentes, el aislamiento del terrorismo o el aumento de las oportunidades para la estabilidad mundial.

Los cargos que pesan sobre quienes hablan en nombre de la libertad y la decencia son abrumadores e ilevantables y nutren la sensación de estupor e indignación: se trata del presidente "democrático" que se jacta de la cantidad de ejecuciones de muerte habidas bajo su gobernación. Del poder que se opuso a la conformación del Tribunal Penal Internacional; el que se rehúsa a someterse a los mecanismos de control de armas químicas y biológicas; el que rechaza los tratados ambientales para control de gases tóxicos; el que se negó a administrar medicamentos para tratamiento de enfermedades infecciosas a bajo precio a países pobres; el que armó a Irak para lanzarlo contra los musulmanes iraníes; del mismo modo que armó a los talibanes para lanzarlos contra los invasores soviéticos.

Se trata de la potencia que marcha a la cabeza de los gastos militares en el mundo —45% del total— y el origen del 65% de la venta y transferencia de armas. Y la lista puede seguir hasta la fatiga.

Pero no es sólo una cuestión de autoridad moral y legitimidad. También cuenta la pertinencia de los medios. En rigor, los comportamientos de EE.UU. son "reproductores" y "proliferantes" de conflictos. Antes que la eliminación de las amenazas, lo más probable es que éstas se multipliquen. El mecanismo de reproducción compone una ecuación fácil de prever: amenazas = intervención militar = más amenazas = más demandas de intervención = más oportunidades para los juegos de la guerra. El bien no se impone por la fuerza y ya pueden calcularse cuántos Hussein y Bin Laden germinarán entre los escombros de los misiles y sus daños colaterales. El odio y el deseo de venganza son expansivos.

La opción es política antes que bélica. El tiempo antes que la sangre; aunque para prevalecer deba sortear la falacia de un supuesto apaciguamiento que remite a Munich. Por cierto, ella no excluye la amenaza de la fuerza respaldada por la ley y admite que para ser efectiva ésta debe ser creíble. Lo que nunca confunde es el texto disuasorio con el elogio de la guerra. Descarta la compulsión homicida. Se guía por la prudencia, que siempre es paciente.

Guerra permanente —inesperada realización de la estrategia del creador del Ejército Rojo— es lo que late detrás del patrioterismo militarizado.

Adicción retroalimentada por el poderío.

Debilidad por los juegos de guerra y los aprestos. Por los desfiles y los estandartes. Imaginario de vehículos motorizados, buques, misiles y superarmas que aseguren la invulnerabilidad propia y el aniquilamiento del eventual rival.

Después vienen las discusiones, en ocasiones respaldadas por largas disquisiciones teóricas, acerca de la oportunidad, conveniencia o modalidades de tal o cual intervención.

El balance del siglo XX llegó tardíamente. Durante la mayor parte de su transcurso no se percibió lo que hacia el final sería el descubrimiento de su sentido más profundo: discursos revolucionarios y prácticas tiránicas. ¿Podría haberse evitado? Tal vez sí, si en el inicio se hubiera ponderado adecuadamente lo que se insinuaba.

Es posible que al siglo XXI le ocurra lo mismo si se comete el error de despreciar lo que se está gestando desde sus orígenes. Si se persiste en ocultamientos a los que es tan adepto ese realismo viscoso e inmoral empeñado en proporcionar coartadas a las discrecionalidades. Si la ceguera vuelve a ganar la partida. Si no se le cierra el camino a todos los fundamentalismos, empezando por el de la utopía conquistadora acuñada por la combinación de fundamentalismo laico y religioso que ha contaminado a la sociedad abierta y emplea la libertad como camuflaje de sus intenciones y de su aberrante versión de lo humano.

(El autor es profesor de Relaciones Internacionales en el USAL Univ. de Tres de Febrero)


   
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