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La economía apuntala a Kirchner
Eduardo van der Kooy - Clarín

  Fecha: 24/10/2004

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Aún queda por resolver el canje de la deuda y la negociación con el FMI. Pero el Gobierno, con las buenas noticias económicas, ya palpita el año electoral. El Presidente haría su apuesta fortaleciendo el vínculo con el PJ.

Los conflictos sustanciales del país subsisten pero en estos días sólo alguno de ellos —la inseguridad— alcanza a recortar con nitidez su silueta. El Gobierno no es un muestrario de virtudes, aunque sus flaquezas parecen ser soslayadas o conmutadas por el grueso de la sociedad.

¿Algún encantamiento atraviesa acaso a la Argentina? ¿Impera un desdén o una indiferencia popular, sujeta quizás a cierto fatalismo? Nada de eso: las buenas noticias de la economía son las que, por ahora, esterilizan todo lo demás. Detrás de las estadísticas que indicarían que la Nación se repone un poco del derrumbe que sufrió hace apenas un par de años, se fogonean expectativas, se alimenta alguna esperanza.

El reflejo resulta comprensible: ninguna sociedad se rinde a vivir eternamente en la postración. Por esa razón, a lo mejor, cuida que ni el aleteo de una mariposa pueda quebrar esta reanimación todavía frágil.

Pero tampoco se trata de repe tir historias que se demostraron funestas: los tiempos de la bonanza menemista, luego de la hiperinflación, sirvieron para encubrir algunas de las tropelías políticas e institucionales más serias que, a la larga, fueron también combustible para la gran crisis.

Suena un alerta: el Gobierno asoma cada vez menos propenso a que el Congreso se convierta en escenario para el debate de ideas imprescindibles en un país casi en estado de refundación. El peronismo actúa allí sólo como un correo del Poder Ejecutivo. Cuando alguien saca los pies del plato, como ocurre en la Comisión de Diputados que pretende empujar el juicio a Antonio Boggiano, se detecta alguna intriga interna o un interés secundario.

Las culpas no hay que recogerlas en un solo bando. La oposición también deambula por los medios más que por las bancas. Y a veces dilapida ocasiones: la Ley de Presupuesto, que tiene un montón de facetas debatibles, quedó escondida por la polvareda que levantaron los superpoderes que podrían serle renovados al jefe de Gabinete, Alberto Fernández.

Pero se estaría avecinando la posibilidad de una revancha. El Gobierno envió un proyecto de ley sobre el marco regulatorio de las empresas privatizadas de servicios que convence a pocos o a nadie.

Los empresarios españoles, aun los que comenzaron a mutar su escepticismo sobre el futuro argentino, han expresado su disconformidad. Idéntica impresión trajo desde Madrid una misión que envió el ministro Julio de Vido. Roberto Lavagna hace malabarismos para evitar decir que aquella idea asemeja a un mamarracho. Hasta Néstor Kirchner acepta la inevitabilidad de modificaciones.

El desafío lo ensayaría la oposición de centroderecha: el llamado interbloques de Diputados, que simpatiza mayoritariamente con Ricardo López Murphy, presentará una propuesta alternativa al libreto oficial. Pretendería ser un punto de partida, quizá con la mira puesta en el horizonte electoral, para demostrar que los opositores no viven sólo a través de la radio y de la televisión.

Aquel marco regulatorio constituiría una cuestión de futuro y presente casi simultáneo: tendrá incidencia innegable, cualquiera sea su formato, sobre la economía y el bienestar popular pero, ahora mismo, es una de las cartas fuertes en la negociación con el FMI que podrá inaugurarse siempre y cuando la Argentina consiga salir antes del default.

Kirchner y Lavagna son en este tiempo dos hombres serenos y confiados. Pero el ministro siempre aparece algo contenido, más cauto. Se resiste a las conjeturas sobre el canje de la deuda y, más todavía, a aventurar rumbos sobre el año venidero: "Hay que terminar el 2004 y resolver temas clave", dice en tono admonitorio.

La tranquilidad extendida en el frente externo y los indicadores de la economía doméstica apuntalan el ánimo del Presidente y su ministro. Las cifras de la expansión de agosto (8,8%) no sólo obligaron a Lavagna a rever el índice de crecimiento para el 2004, que habían calculado con morosidad, sino que abren perspectivas alentadoras para el año próximo.

Kirchner y Lavagna, con aquellos registros, paladean también alguna victoria política. La primera de ellas, frente a los pronosticadores económicos que en los últimos sesenta días machacaron con el riesgo de un amesetamiento. La segunda, frente a quienes vaticinaron un trancazo como derivación del amago de una crisis energética.

El Presidente sigue enfrascado, sobre todo, en el desarrollo minucioso de cada cifra. Disfruta del enorme ahorro fiscal —en los primeros nueve meses del año está 4.800 millones por encima de lo pactado con el FMI— porque le otorga fortaleza objetiva en la pulseada externa. Pero empieza a palpitar con sensibilidad electoral algunas otras cosas.

Un borrador informal le anuncia que la tasa de actividad en agosto trepó al 46,6%, la más elevada desde que llegó al poder. La misma tendencia reflejaría la tasa de empleo (40,5%); los índices de desocupación muestran una tenue curva declinante que no guarda relación con el sostenido crecimiento. Pese a todo, esos podrían ser factores determinantes cuando llegue la hora de votar.

Aunque el calendario indique que ese momento está todavía en un punto remoto, el Gobierno ha comenzado a desperezar sus primeros movimientos. En ellos se descubren algunas buenas y otras vidriosas intenciones. Nadie podrá negar el acierto de terminar con un inagotable fixture electoral y unificar todas las votaciones del país: pero tampoco debería negarse que esa medida calza en las necesidades políticas de Kirchner, que querría convertir un comicio legislativo casi en un plebiscito presidencial. Surge entonces una duda: ¿convicción o conveniencia?

El interrogante toma vuelo cuando se repasan otros episodios. Alberto Fernández estuvo hablando la semana pasada con Carlos Reutemann. El ex gobernador de Santa Fe acaba de influir para frenar en su provincia la derogación de la ley de lemas. Esa decisión provocó otra fricción con Jorge Obeid: el actual mandatario venía levantando el fin de aquel sistema como bandera de una transparencia política que no abunda.

Obeid fue beneficiario de ese mecanismo electoral anacrónico —así pudo derrotar al socialista Hermes Binner— pero presume que está agotado en la aceptación popular. "Sin lemas el peronismo pierde", le advirtió Reutemann a Alberto Fernández. El Gobierno escuchó y ahora vacila.

Esa actitud podría desnudar otra intención, hasta hoy disimulada: el Gobierno se aprestaría a jugar en unión con el peronismo en las elecciones venideras y los ensayos transversales podrían ser sólo excepciones. Hay otras evidencias: un emisario oficial estuvo dialogando con Juan Carlos Romero, que en los comicios del 2003 fue compañero de fórmula de Carlos Menem. El gobernador de Salta parece abierto a consen suar con Kirchner la integración de la futura lista de diputados.

Esos gestos, entre varios motivos, explicarían por qué la relación entre Kirchner y Eduardo Duhalde transita por una época de placidez. Al caudillo bonaerense le inquietaron siempre los regateos presidenciales —ahora amortiguados— con el peronismo. También celebra el giro del Gobierno en la política hacia los piqueteros y el afianzamiento de la recuperación económica.

"Kirchner está mucho mejor", comenta dejando atrás cierta preocupación que exhibía meses atrás. Podría invadirlo un sentimiento de ambivalencia: la correcta dirección del Gobierno confirmaría su buen tino como conductor de la pasada emergencia democrática; el vigor del Presidente le restaría espacio, sin embargo, cuando se arrime el tiempo de la negociación electoral en Buenos Aires. Hay actores del teatro duhaldista que habrían empezado a emigrar: es el caso de Alberto Balestrini, el intendente de La Matanza, de diálogo fluido con la Rosada.

Duhalde, por eso mismo, ha vuelto a cerrar la tranquera del peronismo bonaerense para ponerse a su comando. Felipe Solá presiente un intento de aislamiento: pero el gobernador no está dispuesto a derrochar sus energías en las cuitas partidarias.

Sigue atrapado, como el Presidente, por el problema de la inseguridad. Los secuestros, o los intentos, no se detienen. Pero el trabajo sin recelos rinde sus frutos: la liberación de Patricia Nine, tras 25 días de cautiverio, se pudo resolver de modo drástico y feliz porque las policías —Federal y Bonaerense— cumplieron directivas políticas precisas y la SIDE ayudó en la pesquisa.

Kirchner le pidió a Juan Carlos Blumberg que, en estas circunstancias, evite embestidas contra Solá y León Arslanián. También le reclamó calma al ministro provincial para no crispar la pelea. El gobernador cavila, mientras tanto, cambios estructurales en la Policía bonaerense que no implicarían nuevas purgas.

El ritmo brioso de la economía abre las ilusiones electorales de Kirchner. Pero la inseguridad pertinaz, capaz de instalarse como psicosis colectiva, las marchita siempre un poco.


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