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Nuevos liderazgos políticos se necesitan - Clarin
Artículo de Arturo Flier. Diario Clarín.
Existe una confrontación de fondo entre distintas lógicas para actuar en política en la Argentina. La primera tensión se observa entre la lógica política vs. la lógica de gestión. Todavía es muy frecuente que numerosos dirigentes y gobernantes con discursos cargados de frases sentidas y ansias genuinas de transformación carezcan de los conocimientos de administración de políticas públicas mínimos para conducir equipos de gobierno o desarrollar su función legislativa, mientras destinan recursos para el sostén de estructuras militantes y el desarrollo de su imagen pública a través del márketing político. Otros, cultores de la eficiencia con apelaciones al cuidado por la imagen de seriedad del país en pos de su necesaria "integración al mundo", se dedican a la gestión de los asuntos públicos con un puntilloso criterio administrativo sin medir el costo humano consecuente de sus decisiones. Los primeros son calificados vulgarmente como "politiqueros" que no resuelven los temas de la gente sino sólo los propios; los últimos, como "la derecha tecnocrática" que deja huérfana a la política de toda voluntad por cambiar las bases injustas de nuestra organización social protegiendo a los sectores económicamente privilegiados. Los tiempos que corren indican que en la Argentina actual no se puede convencer a la ciudadanía con mera imagen luego de tantas frustraciones, ni por medio de la compra de voluntades al no existir más el llamado "voto cautivo", aunque los planes para jefes de hogar podrían ciertamente actuar como condicionantes. Los argentinos, hartos ya de este estilo de políticos, reclaman algo muy concreto: hechos. Asimismo, la inédita crisis que atravesamos hace imposible que gobernante alguno se dedique a mantener pulcramente el "statu quo" en una situación de incendio que clama necesariamente no sólo por eficiencia, sino por voluntad de cambio, transparencia, representatividad y participación de la gente en los asuntos públicos. Ello implica alejarse del rol de meros "gerentes de la política", debiendo su eficacia residir en indicadores vinculados al respeto por la ley y la calidad de vida de las mayorías. Una segunda tensión se manifiesta entre la lógica de las estructuras vs. la lógica territorial. Políticos que han sido tradicionalmente beneficiados por mesas pequeñas de acuerdos de cúpula se ven confrontados hoy con representantes comunales y provinciales legitimados por el acompañamiento que de su gestión hace la ciudadanía. Al verse fraccionados los partidos nacionales en diversos liderazgos provinciales y locales con peso y autoridad propias, las superestructuras partidarias quedan anémicas de representatividad y poder negociador, siendo los numerosos intendentes y gobernadores los que pueden transitar las calles de sus ciudades y pueblos con tranquilidad de conciencia, los pilotos de tormenta que cotidianamente dan la cara por sus actos ante los vecinos y quienes hacen prevalecer la defensa de su gente ante cualquier pretendida "bajada de línea" que pueda perjudicarla. No existe margen para "el partidismo"; sí se encuentra abierto un amplio campo para remozadas estructuras partidarias que asuman el cambio y estén dispuestas a la incorporación de estilos de liderazgo distintos en contacto con el ciudadano. Hay una tercera tensión entre liderazgos de distinta legitimidad. Existe un conjunto de funcionarios enquistados en las estructuras de gobierno sin contacto con el ciudadano común sumado a ciertos dirigentes de otros ámbitos de actividad, que frente al desprestigio de la actividad políti ca pretenden asumir una representatividad global, condenando sin distinción al conjunto del arco político y a la política misma, exigiendo medidas parciales en pos de su propio beneficio. La legitimidad del ejercicio del gobierno está dada por el cumplimiento del contrato electoral cuyas cláusulas constan en las propuestas de campaña y la posterior rendición de cuentas de la gestión. La situación política y social no brinda mayor margen para que no converjan la lógica política con la lógica de gestión pública, la consideración de los hechos sobre el mero discurso y la representatividad territorial sobre el armado de estructuras prebendarias.
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