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Noticia

El objeto de la política práctica
Carlos Fayt

  Fecha: 12/05/2003

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El objeto de la política práctica es conquistar y conservar el poder, ya sea que se lo ambicione como un fin en si mismo, o como medio para cristalizar un programa o una doctrina política o social.

De la misma forma si se pretenden los puestos de dirección y de mando para adquirir influencia o influir sobre la conducta de los demás, o se alimenta el propósito de mantener o modificar la estructura social y las relaciones económicas y sociales que le sirven de basamento, operando para ello sobre factores internos y externos del comportamiento humano.

El poder es así el centro de la tensión política y la lucha social, el vértice de los antagonismos esenciales que dividen a los hombres. Constituye un hecho constante a lo largo de la historia, la lucha por el poder político y la contienda social que lo entorna.

La encontramos en las organizaciones políticas más rudimentarias de estructura puramente tribal; en los imperios teocráticos orientales, en las polis griegas. La lucha en Atenas entre los hombre de la llanura, los de la costa y los de la montaña condiciona la acción de las figuras que hoy conocemos, como arquetipos del genio político griego, de Dracón, de Solón, de Clístenes, de Pericles. El pensamiento mismo de los filósofos ha dependido de la prevalencia de las partes de esas luchas, y la cuna de la civilización occidental también ha dependido de ellas.

En Roma, la lucha entre patricios y plebeyos produce la transformación de la constitución romana, el surgimiento de nuevas magistraturas, la modificación de las leyes hasta materializar, dentro de la organización aristocrática de la civitas, una distribución del poder entre los antagonismos.

No hay página histórica alguna que no contenga, como manifestación existencial, la lucha del hombre contra la hostilidad de los medios físicos o la hostilidad de los otros hombres; lucha de la civilización contra la barbarie, de la libertad contra la tiranía, de la democracia contra la tiranía o el absolutismo.

Todo proceso histórico se nos presenta como un gigantesco drama de la lucha por el poder, lucha que está incrustada en la realidad de la vida social, como parte fundamental del proceso de la evolución humana que se desarrolló a lo largo del tiempo como fruto de tales luchas, contiendas evolutivas que provocaron cambios constantes en la concepción humana de organización social.

En ese marco, algunas vertientes totalitarias traducen a términos de violencia el criterio de lucha por el poder. Ese principio de aniquilamiento y destrucción del enemigo, que se pretende válido para la vida política internacional, no puede tener cabida en el marco de las luchas nacionales, en lo interior del Estado, donde sólo como residuos de barbarie política puede identificarse al adversario como el enemigo mortal.

La lucha política interna se realiza en el Estado moderno, en forma de contiendas pacíficas, por medio de procesos electorales institucionalizados. Su fin es organizar de modo graduado una más amplia cooperación social para acceder al bienestar general de manera extendida, en un marco de libertad política.

El pueblo elige sus gobernantes por medio de elecciones libres, y él decide sobre quiénes ocuparán los puestos de dirección o mando, de conducción del ordenamiento social.

Este mecanismo de selección para la integración periódica del gobierno, basado en instituciones y derechos políticos reconocidos como propios de la soberanía popular, constituye el método democrático de la acción política, y es la tendencia universal de la civilización encaminarse a un sistema de esa naturaleza.


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