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Noticia

Un Presidente más práctico y menos discursivo
Por Joaquín Morales Solá. La Nación.

  Fecha: 03/02/2004

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Antes, Néstor Kirchner manifestaba sólo en la más estricta intimidad su decisión de enhebrar una buena relación con Washington y pronunciaba palabras de un gobernante que cree en las leyes universales del capitalismo. Ahora, mientras se desliza el verano, esas ideas sumergidas comenzaron a aparecer en la superficie. El súbito viaje a España y la convocatoria constante a los inversores son también parte evidente de esa nueva política, más práctica y menos discursiva y pendenciera.

España era un capítulo pendiente de su gobierno, pero es probable que la reconciliación con Madrid no sea ajena a la flamante relación con Washington. George W. Bush dijo un par de veces a Kirchner que José María Aznar era un buen abogado de la Argentina ante la Casa Blanca. El mensaje implícito estaba claro: Kirchner no debía ignorar al líder español, uno de los mejores aliados internacionales del presidente norteamericano.

Washington y Madrid son capitales decisivas tras la ajustada votación en el Fondo Monetario Internacional, durante la semana última, que aprobó, en un trámite insoportablemente lento, las metas del primer trimestre desde la firma del acuerdo por tres años. En las semanas por venir, una deserción de Estados Unidos, España, Francia o Alemania (que mantuvieron el respaldo a la Argentina) podría resultar mortal para la futura relación de la Argentina con el organismo multilateral. Decididamente, el default de la deuda argentina con los acreedores privados ha entrado en el cuello de un embudo.

Tampoco la cordial competencia con Brasil, planteada por Kirchner, estuvo ausente de la decisión presidencial de volver a Madrid. Su primer viaje a España, cuando revoleó su talante impulsivo con la crema y nata de los empresarios ibéricos, coincidió con una visita a Madrid del presidente Lula, quien, en un notable contraste con su colega argentino, desplegó su arte de seductor que terminó deslumbrando a los hombres de negocios españoles.

Poco después pasó algo peor: el propio Aznar viajó a Brasilia y dijo allá que pensaba entablar una "relación estratégica" con Brasil. ¿Cómo? ¿Acaso la "relación estratégica" de España no era con la Argentina?

Como si fuera poco, el gobierno brasileño difundió una adhesión de España -que nunca existió- al insistente proyecto del presidente Lula de lograr para su país un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Aznar había dicho que "simpatizaba con el derecho de Brasil a reclamar ese lugar".

Las palabras son cruciales en la política internacional: no es lo mismo reconocer el derecho a hacer un reclamo que apoyar el reclamo. España, después de todo, está en Europa en la misma situación que la Argentina en América latina: ambos países necesitan de sillones permanente, pero rotativos, de sus respectivos continentes para sentarse con asiduidad en el Consejo de Seguridad.

Vale la pena detenerse en el capítulo de las inversiones. España fue el primero inversor de la década del 90 en la Argentina y ésta fue el primer destino de las inversiones españolas en el exterior durante esos años.

Sin embargo, era necesario que esos mismos empresarios españoles entendieran que en la Navidad del año 2001 había caído algo más que un gobierno; también cayeron formas y métodos empresarios. Sólo un cambio importante en la relación entre la sociedad y las empresas podía preservar a las propias corporaciones. El grupo español de empresarios extranjeros fue el primero en comprender tales transformaciones.

Enfrente, Kirchner dejó de creer en la condición automática de las inversiones y reconoció que debía salir a conquistarlas. Hasta hace pocos meses, solía decir que un país que crece al 8 por ciento anual sería siempre atractivo para los inversores. Eran expresiones en la intimidad, porque nunca aludía en público a las inversiones. Pero era, de todos modos, una verdad sólo a medias. El crecimiento no es la única condición. Los inversores necesitan, además, de previsión y de seguridad, y esas garantías las buscan siempre en las palabras que brotan de la boca de los hombres de Estado.

El zar de la economía española durante la era de Aznar, Rodrigo Rato, ya había aceptado que las empresas de su país volvieron a ganar con la recuperación argentina y calificó de "estúpidas" las especulaciones intelectuales sobre la "desaparición" de América latina para la economía mundial. Rato no profesa la simpatía personal, pero sí el rigor intelectual.

Es hora de "seducir"

En ese marco, Kirchner consiguió la buena predisposición de otro dirigente español ineludible, el duro líder empresario José María Cuevas, con quien había tenido un entrevero en el viaje presidencial de junio último. El mejor síntoma de que Kirchner quería ahora "seducir" y no "pelear" en Madrid lo dio la forma de sus encuentros con los empresarios: cara a cara con cada uno de ellos, que es cuando suele aparecer el mejor Kirchner, comprensivo y cordial.

La razón probable: el Presidente no ignora, seguramente, que sin una nueva e importante marea de inversiones el crecimiento podría verse comprometido en el año 2005.

Mucho más cerca, Kirchner instruyó a la cancillería para que negociara urgentes convenios comerciales con Bolivia. Ya se sabe que con Bolivia sólo son posibles convenios que alivien la asfixiante crisis de Bolivia; no de la Argentina.

Pero es, de alguna manera, el favor que le pidió Bush a Kirchner, para sostener la frágil situación del presidente Carlos Mesa, un gobernante sin partido, sin parlamento y sin legitimidad inicial. La volátil crisis boliviana es el principal problema latinoamericano para Washington. Y España no es indiferente, porque allí tiene importantes intereses económicos y políticos.

Kirchner debe regresar de un error: se apresuró a solidarizarse con el reclamo boliviano por una salida al mar. Es un reclamo vital para la sociedad boliviana, pero del otro lado está Chile y las secuelas de una guerra de hace más de 120 años.

El presidente Ricardo Lagos, el estadista más cercano al corazón y a la cabeza de Kirchner, tiene razón: no puede empezar un proceso de negociación de un acuerdo entre su país y Bolivia mientras no se restablezcan las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, rotas desde hace tres décadas.

La Argentina tiene una experiencia para mostrar. Hace casi 26 años, cuando dos dictaduras gobernaban a argentinos y a chilenos, ambos países estuvieron a centímetros de una guerra por sus fronteras. En los 20 años de democracia argentina, durante las gestiones de Raúl Alfonsín y de Carlos Menem, se resolvieron todos los conflictos limítrofes. Y nada hizo Fernando de la Rúa para volver a empeorar esas relaciones.

Para llegar hasta ahí fueron necesarias claras decisiones políticas en Buenos Aires y en Santiago y la larga paciencia de la diplomacia. Bolivia debería aprender de esa lección. La Argentina tiene por delante sólo una misión que cumplir: pacificar a sus vecinos.


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