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Abstención y voto en blanco en la historia reciente El liberal
Diario El Liberal .Comentario por Ramón Humberto Álvarez

  Fecha: 20/02/2005

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El abstencionismo varía en su significado de acuerdo con el grado de madurez de democracia alcanzada en el lugar o país que se trate (democracias estables y desarrolladas, o democracias en transición).

En las elecciones para gobernador del 15 de setiembre de 2002, el binomio ganador, Díaz-Aragonés, representó el 38% (198.566 sufragantes) de un total de 517.358 electores habilitados. Aquel día dejamos de asistir a las urnas 207.364 ciudadanos, lo que representó el 41% de abstención, significando el porcentaje de votantes más bajo desde 1983. Hubo además 11.039 votos en blanco y 5485 votos nulos (1).

El abstencionismo

El reciente pasado feudal, acompañado de estridentes deformaciones de la construcción del consenso democrático, había dispuesto en la sociedad civil de una cierta indiferencia hacia los asuntos que atiende la clase política, y como sistema autoritario, impulsó el abstencionismo, en tanto estrategia política, coartando, conteniendo y desmotivando la intervención civil en los asuntos de gobierno, con lo cual constituyó un cierto tipo de individuo que percibió en la acción de Estado una manifestación del altruismo que caracterizó a los funcionarios en turno y, en la dinámica política, un ámbito ajeno a su actuación particular. El individuo se desentendió de los asuntos de la administración pública y se recluyó en sus intereses privados (actitud que encontró su plenitud con el menemismo y su salvaje ola neoliberal), lo que resultó en un agente ideal y funcional al depuesto régimen.

El abstencionismo varía en su significado de acuerdo con el grado de madurez de democracia alcanzada en el lugar o país que se trate (democracias estables y desarrolladas, o democracias en transición).

Santiago del Estero vive una transición, y para tal nos ayuda el concepto de Bobbio, quien expresa: “En los lugares en transición democrática la apatía política significa muchas cosas, menos conformidad, acuerdo o consenso con la actualidad del sistema político. El abstencionismo denuncia, en estos casos, un cierto desencanto y desconfianza en la pertinencia, confiabilidad y funcionalidad de la práctica democrática, es decir, la ausencia del compromiso ciudadano, a través del ejercicio electoral, cuestiona la legitimidad de la democracia como una estrategia real de intervención de la sociedad civil en los asuntos de gobierno, sobre todo en el terreno económico” (2).

El voto en blanco

Las elecciones para convencionales constituyentes del 28 de julio de 1957 representan uno de los hechos más curiosos de la vida política argentina: el triunfo del voto en blanco. La Revolución Libertadora había derogado la Constitución del 49, había repuesto por decreto la de 1853, y ahora aspiraba a reformarla. El peronismo estaba proscrito: el gobierno optó por hacer de cuenta que no existía y convocó a elecciones sin permitirle participar. Desde el exilio, Perón reclamó a los peronistas que votaran en blanco. Y así fue como venció el voto en blanco con 2.115.861 (25%), un sector del pueblo había sido silenciado, y estaba inhibido de expresar sus convicciones libremente.

Recientemente, en España, en las últimas elecciones -2004- al Congreso de los Diputados, votaron en blanco 366.823 ciudadanos. Un movimiento ciudadano crítico que se ha constituido como partido político formado por personas independientes, no profesionales de la política, y abierto a la participación de todos los ciudadanos, propone la modificación de la actual ley electoral vigente, para que estos ciudadanos tengan la visibilidad y representatividad que corresponde a esos 366.823 votos en blanco. Autodenominados Ciudadanos en Blanco, proponen una ley del voto en blanco computable y a tal efecto reclaman que el voto en blanco existente se visibilice y se signifique. El voto en blanco es un voto responsable de ciudadanos que por diferentes razones de conciencia no se sienten representados por los partidos políticos existentes. Aun en el actual sistema electoral, el voto en blanco no se significa, se ignora. C.B. promueve la visibilidad y representatividad de ese voto crítico.

José Saramago, premio Nobel de Literatura 1998, en su novela “Ensayo sobre la lucidez”, cuestiona la caricatura de la democracia en que vivimos. La ficción se centra en unas elecciones municipales en una ciudad sin nombre en las que se impone por más del 83% de los sufragios el voto en blanco, resultado que provoca un verdadero terremoto político.

En relación con su novela, el 28 de abril de 2004, en Madrid, un periodista de la agencia AFP le realizó las siguientes preguntas.

P: ¿El voto en blanco es antidemocrático? ¿Qué razones lo justifican hoy?

S: El voto en blanco es igual de democrático que cualquier voto expreso. Si el voto en blanco asusta a los partidos es precisamente por ser democrático. El elector que vota en blanco no puede ser acusado de subversivo, es sencillamente alguien que no está satisfecho con el funcionamiento de la democracia y escoge esa manera de expresarlo. Sólo falta probar su eficacia real.

¿Para qué engañarse? Vivimos en una democracia secuestrada por el poder económico, esto todo el mundo lo sabe. ¿Fueron los gobiernos los que decidieron hacer del empleo precario algo que se convertiría en “normalidad” social y el contrato basura en operación corriente? ¿O ha sido el poder económico que, en nombre y para mayor gloria del santísimo Lucro, lo ha impuesto a los gobiernos y a toda la sociedad? ¿De dónde cayó esa plaga? ¿Del cielo o de los señores del dinero?

“Es como si los políticos actuales hubieran secuestrado la democracia. Que alguna vez esa resignación estalle en pedazos”.

El escritor finaliza expresando: “La novela no se sitúa en ningún país, pues creo que en todos puede ocurrir”.

Y en Santiago, ¿en qué condiciones llegamos al actual escenario electoral?

Arriesgamos la siguiente reflexión -la cual nos parece unificadora y representativa de un sector importante de la sociedad civil-: si entendemos como escenario electoral al conjunto de acciones y circunstancias institucionales, originales y conexas, que desembocaron en el actual calendario electoral, ya definido y en parte ejecutado, no podemos, cuanto menos, dejar de reconocer que del mismo participa un gran sector de independientes, a quienes los embarga un estado de ánimo caracterizado por una importante dosis de escepticismo y desazón. Repasemos los motivos: 1- La Corte Suprema de Justicia de la Nación, el gobierno nacional y su delegación federal -con diferentes grados de compromiso- abortaron una demanda legítima de un gran sector de la ciudadanía, que es la reforma de la Carta Magna. 2- Los políticos oferentes con posibilidades ciertas de gobernar los destinos de la provincia no logran sintonizar con un amplio sector de la ciudadanía independiente, la cual aspira a un verdadero cambio sociopolítico de Santiago del Estero. Estilos y viejas formas se muestran intactos. 3- A los candidatos con posibilidades concretas aún no se les avizora la intención, mucho menos la convicción, de definirse claramente en lo que respecta a la futura relación con los grupos de poder económico. Ninguno habló de: acotar, neutralizar, “poner en regla” (entiéndase ponerles límites, evitar la expropiación de ingresos, revisar las concesiones de beneficios monopólicos y de beneficios fiscales), tampoco hablan de la implementación necesaria de mecanismos de control tanto en aspectos normativos, como de la urgente necesidad de organismos reguladores idóneos, no hubo anuncios serios de promoción de inversiones de grupos empresarios con capacidad de riesgo, ni sobre la creación de condiciones que favorezcan la igualdad de oportunidades para amplios sectores de la sociedad, promoción de inversión en capital humano, promoción de las actividades económicas productivas, etc. Finalmente no hubo una definición clara y pública respecto de la concentración de empresas de servicios de diversa índole: medios de comunicación -TV, gráficos y radio-, bancos y compañía de seguros, empresas de servicios públicos -distribuidoras de agua y energía eléctrica, juegos de azar, empresas constructoras de obras civiles y viales, etc.-, habida cuenta de que muchos de los ingresos de estas empresas prestadoras de servicios están asociados y garantizados por el presupuesto del sector público tanto provincial como de diferentes municipios.

¿En qué momento de la historia santiagueña nos encontramos? L. A. Auat expresa: “El fulanismo en nuestra política no se reemplazará de la noche a la mañana, al comienzo del posjuarismo otros fulanismos le siguen en camino. Pero ¿cuál es el cuadro de posibilidades que encontrarán? ¿Qué funciones desempeñarán en él?

La cuestión no pasa por cambiar de ‘fulanos’, sino por darles un cuadro de posibilidades que modifiquen sus funciones. Modificar la lógica política es el desafío de nuestra hora. Pasar de una lógica patrimonialista a una lógica de lo público, de una lógica hegemonista y excluyente a una lógica del diálogo, el pluralismo y la participación. Y esto es cosa de todos los sectores, de todos los ámbitos y de todos los momentos. En cada gesto y en cada acción se juega alguna lógica. Modificando las lógicas de nuestras acciones, se va configurando otro cuadro de posibilidades” (3).


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