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Un nuevo Rato y un viejo Kirchner la Nación
Joaquín Morales Solá

  Fecha: 25/09/2005
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Nuevas discordancias están sucediendo entre la política y la sociedad, y entre los argentinos y el mundo. Rato se ha puesto de pie y algunas brisas están sacudiendo las viejas ideas del Fondo Monetario; Kirchner ignoró esas corrientes de estupor en su casi religiosa letanía contra el organismo. No hubo sólo palabras al viento: en la noche del viernes, en el cálido otoño de Washington, Rato y Lavagna se reunieron a solas para hablar de lo que sucederá.

El Presidente eligió, además, ser indiferente a la presión y a la acción de algunos sindicatos que ya mortifican a la sociedad. Oscila entre su decisión de no sulfurar a los dirigentes gremiales y el temor al desenfreno de éstos.

Aviones que no tocan el cielo; pequeñas empresas hostigadas por la codicia de poder de los sindicalistas; grandes compañías en medio de una atropellada lucha entre patrones gremiales, y la paulatina parálisis de los servicios esenciales del Estado expresan esa agitación sindical. Los dirigentes gremiales están complicando la campaña electoral del Presidente con más destreza que sus propios opositores.

El Presidente combativo y brioso mostró, ciertamente, que tiene un límite: no se animó aún con los dirigentes gremiales. Todas las corporaciones supuestas son una obsesión en el universo de las certezas presidenciales. Sin embargo, nunca puso un dedo ni una palabra dentro del señorío de los sindicatos.

Informes confidenciales en manos del Gobierno indican que el subsecretario de Transporte Aerocomercial, Ricardo Cirielli, descerrajó la huelga aeronáutica, que dejó el viernes virtualmente sin vuelos de cabotaje al país. Un día antes, el presidente de Aerolíneas Argentinas, Antonio Mata, denunció a Cirielli por presunta adulteración de documentos presentados al Estado.

Cirielli controla el sindicato de los mecánicos aeronáuticos y no le habrían gustado, simplemente, las declaraciones del principal directivo de la aerolínea que concentra el 90 por ciento de los vuelos de cabotaje. Una atrofia de Aerolíneas Argentinas significa, lisa y llanamente, una crisis monumental en el sistema de transporte aéreo dentro del país. Es lo que sucedió el viernes cuando los mecánicos lograron arrastrar a los pilotos, que habían hecho un viejo planteo salarial.

Mata y Cirielli tienen juicios entablados hasta por calumnias e injurias. Hay entonces un problema personal, tal como se lo describió Kirchner a Rodríguez Zapatero en Nueva York. Un influyente funcionario del gobierno español planteó el problema de Cirielli en la reunión entre los dos líderes. Cirielli dobló la apuesta y pidió la renacionalización de la compañía, en manos de empresarios españoles, algo que el propio Kirchner había descartado de plano ante su amigo Rodríguez Zapatero.

Poco después, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el propio secretario de Transporte, Ricardo Jaime, jefe directo de Cirielli, le soltaron la mano a este sindicalista convertido en funcionario y confundido sobre el papel que cumple en el Estado. ¿Es su ideología la dueña del Estado? ¿Son sus rencores personales las políticas del Estado?

El conflicto puede tener muchas explicaciones, pero lo cierto es que casi todos los aviones de cabotaje se quedaron el viernes en tierra. Miles de dramas personales -y hasta de tragedias- también se quedaron en tierra, sin solución.

Cuando Cirielli habla de renacionalización, Mata debe tomarlo como de quien viene. Seguramente no sucede lo mismo con sus socios en España. El gobierno español ha recibido una preocupada pregunta de empresarios con capitales en la Argentina: ¿Kirchner tomó la decisión de expulsar a los inversores extranjeros?, averiguan. El episodio de Aerolíneas es contemporáneo con la crisis desatada, dondequiera que esté la razón final, por el retiro de la poderosa empresa francesa Suez de la Argentina.

No son los únicos gremialistas embravecidos. El sindicato de Foetra, que agrupa a los empleados telefónicos, está, a su vez, enloqueciendo la vida de las empresas de call center. Quiere llevarse como afiliados a sus trabajadores y ha empezado por presionar a las empresas extranjeras, aunque también hay nacionales. Es un remedo casi idéntico de las duras medidas tomadas en su momento por el sindicato de Hugo Moyano con los supermercados, que también empezó con los extranjeros y terminó con todos, incluidos los nacionales.

La Argentina es el país de América latina preferido por las empresas extranjeras de call center por el nivel educacional y el dominio de idiomas de sus jóvenes. Son precisamente miles de jóvenes -o muy jóvenes- la mayoría de sus empleados. El mensaje del sindicato incluye la advertencia de que los extranjeros podrían abandonar, si quieren, el pobre país de los argentinos. ¿Quién controla la política nacional? Las inversiones esenciales no deberían quedar en manos de gordos o flacos del sindicalismo.

Tampoco la necedad es una pandemia sólo de gremialistas. Alberto Fernández ha hecho -todo hay que decirlo- un buen aporte a la transparencia pública cuando aclaró que su cartera no necesita de más secretos de Estado. El periodismo se había estremecido con los nuevos secretos. Resulta extraño que un gobierno que abrió mucha información reservada (la de los atentados criminales contra la AMIA y la embajada de Israel, entre varios asuntos) se apresure ahora a tapar otras cosas.

El Gobierno aclaró que el proyecto sobre secretos de Estado de sus senadores no era de él y que, incluso, hasta discrepaba en parte de su contenido. Si los senadores no son zombis, el primer reclamo debió caer sobre ellos, porque los cuatro autores son representantes políticos genuinos del oficialismo.

El Gobierno debería hacer un gesto concreto sobre este caso en vísperas de las reuniones plenarias de ADEPA, la organización periodística más importante del país, y de la SIP, la más relevante de América. El Presidente tiene ahora la oportunidad de demostrar que sus rabietas con la prensa serán siempre sólo verbales y que nunca mutarán en decisiones de su gobierno.

Rato ha hecho la más sorpresiva autocrítica que se recuerde del Fondo Monetario. El organismo se estaba quedando aislado del mundo y de sus conflictos. Kirchner lo volvió a zamarrear, extemporáneamente. Rato hasta había respaldado algunas de sus reflexiones en antiguas afirmaciones de Lavagna.

Empezó, tímidamente, una negociación nueva entre el Fondo y el gobierno argentino, que necesita de tiempos más serenos. Lavagna no sólo estuvo con Rato, sino también con el equipo de éste en una larga comida. Hay un clima mejor con la Argentina, dijeron funcionarios nacionales. La pregunta que nadie puede responder es hasta dónde llegará en la práctica la nueva teoría de Rato.

La mirada presidencial nunca descubrió que Rato es algo más que un economista. Dos libros que acaban de publicarse en España relatan, por ejemplo, la tenacidad de Rato para oponerse, en tiempos de Aznar, a la guerra en Irak y a la participación de España en ella; temía por su país y por la permanencia de su partido en el gobierno. Su partido perdió el poder. Antes, él había perdido la condición de delfín de Aznar por aquellas discrepancias.

Rato es un hombre duro, como también lo es Kirchner. Pero los dos pertenecen al mundo de la política y no al de los burócratas. Y el arte de los políticos consiste en saber percibir el instante en que un tiempo ha terminado.

Por Joaquín Morales Solá

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