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Noticia

Las armas en el centro de la escena .
Editorial Diario La Nación.

  Fecha: 20/03/2003

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  Tema relacionado: Enfoques Internacionales

Una vez más, las armas están en el centro de la escena y son protagonistas excluyentes de un momento de la historia. Una vez más, la humanidad asiste con un estremecimiento de angustia y de pesar a los estruendos de un enfrentamiento bélico. La guerra, que a lo largo del siglo XX impuso al género humano los peores sufrimientos y sembró muerte y destrucción en proporciones aterradoras, vuelve hoy a proyectar su sombra sobre el planeta y a colmar de incertidumbre el desolado corazón de sus habitantes.

Las fuerzas militares de los Estados Unidos están ya en operaciones y los acontecimientos se precipitan en la torturada tierra iraquí, en la que antaño la cultura del hombre dejó la impronta de su nobleza y de su creatividad y en la cual hoy impone sus designios, como nadie ignora, el cerrado fanatismo de un autócrata. Vanos resultaron esta vez los intentos del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por extender en el tiempo las instancias de negociación pacífica y ganar, así, la batalla de la paz.

Como dijimos ayer, nadie debe perder de vista el papel perverso que ha desempeñado el terrorismo en esta etapa de la historia: la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York fue el paso decisivo hacia el debilitamiento del sistema institucional creado a mediados del siglo anterior para evitar los enfrentamientos bélicos. Al desplazar el eje de los conflictos a una zona emocional de difícil retorno, los agentes del terror deterioran los niveles de racionalidad en el que deberían ser dirimidas las cuestiones internacionales.

Se supone que será una guerra breve y decisiva, quizá más cercana a una acción punitiva que a una campaña clásica, dada la extrema disparidad de las fuerzas en pugna. Pero cualquiera fuere su duración, es seguro que la humanidad pagará un alto precio en vidas humanas y en horas de dolor y desolación. Y eso es suficiente para que el mundo civilizado, sin excepciones, deplore la situación de crisis a que se ha llegado y la falta de acatamiento en que han incurrido los gobiernos en conflicto respecto de las decisiones y recomendaciones del máximo organismo ejecutivo de la entidad mundial.

Queda en pie, entretanto, como un dato que reconforta y dignifica a la familia humana, la multitudinaria manifestación de apoyo a la causa de la paz que se registró en casi todos los países del mundo. Y queda, como símbolo de ese espíritu, el denodado esfuerzo del papa Juan Pablo II por gravitar hasta el último momento en el ánimo de las autoridades norteamericanas con el propósito de evitar la guerra. La inquebrantable voluntad del Sumo Pontífice, en contraste con la imagen de fragilidad que transmite su debilitado organismo, ha sabido interpretar en esta hora el sentimiento de nutridas multitudes, cohesionadas en torno de la idea de que ningún interés político o nacional justifica un enfrentamiento armado que ponga en riesgo la vida o la seguridad de poblaciones indefensas.

El gobierno argentino ha mantenido la actitud que correspondía frente a un conflicto bélico como el que va a desarrollarse en Irak. La decisión de que el país se mantenga al margen de la conflagración, a pesar de los requerimientos que le fueron formulados por embajadores de naciones amigas y el anuncio de que sólo participará para ofrecer eventualmente ayuda humanitaria era en rigor la única que podía imaginarse en el actual contexto y la que mejor se aviene con el espíritu de adhesión al pacifismo que forma parte de nuestra tradición diplomática. Por supuesto, el hecho de que los argentinos no intervengamos en la guerra no significa que abjuremos de nuestro repudio al terrorismo fundamentalista, cuya agresión sufrimos en carne propia en la década del noventa.

Las horas que vienen van a ser difíciles, seguramente. La comunidad internacional tiene el deber de seguir presionando, aún cuando la paz se haya perdido, para lograr que las armas dejen de ser protagonistas de este momento de la historia y que las naciones en conflicto retornen cuanto antes a la senda del diálogo y la negociación pacífica. Cuanto se haga para acortar la duración de la guerra se medirá, a partir de ahora, en términos de vida o de muerte, de luces o de sombras, de dolor o de esperanza.


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