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Noticia

Debate y resignación en la hora final.
Artículo de Raúl Kraiselburd. Diario El Dia de La Plata.

  Fecha: 20/03/2003

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eVoluntaria: Maria Ines Lacoste
  Tema relacionado: Enfoques Internacionales

LOS ANGELES.- En las vísperas de la guerra no se advertía un "fervor patriótico" en los Estados Unidos. La preocupación de los norteamericanos es evidente y, aunque las encuestas resultan favorables para quienes impulsaron la invasión a Irak, es inocultable que la guerra es tomada con resignación aún entre la mayoría de los ciudadanos que la ven como única opción para combatir al terrorismo.

Son muchas las personas que disienten y consideran que la intervención armada no es necesaria. Varios diarios han opinado de esa manera y, ayer mismo, numerosos escritores pagaron un aviso de una página en el New York Times para hacer pública una carta al presidente Bush en la cual afirman que la guerra no se justifica. Por supuesto que nadie los acusa de "traidores a la patria" como ocurriría en muchos otros países, especialmente después de una acción terrorista tan terrible como la que destruyó las Torres Gemelas. En ese sentido, muchos puntualizan que nunca se demostró claramente una relación directa entre lo ocurrido el 11 de septiembre y el gobierno de Irak.

Al llegar la hora de la batalla, muchas voces de los opositores a la guerra bajarán el tono por respeto a los soldados norteamericanos que deberán combatir. Pero una y otra vez se expresa la preocupación por la posible muerte de civiles inocentes que no tienen la culpa de ser gobernados por un dictador como Hussein. Por supuesto, quienes apoyan la invasión sostienen que más deben lamentarse los miles de asesinatos cometidos por "el tirano de Bagdad" con armas biológicas, gas mostaza o en las sesiones de torturas.

Ha sido éste un debate maduro en la mayoría de sus expresiones, que continuó hasta ayer mismo. Se nota que, por encima de las distintas posiciones, prevalece entre los estadounidenses la sensación de que su país ha perdido muchos amigos en el mundo y que, aún antes de hablarse de la invasión a Irak, ya no cosechaba las muestras de solidaridad internacional que la guerra contra el terrorismo requiere. Algunos creen que, parcialmente, esto es responsabilidad del presidente Bush, cuyos errores en el campo de las relaciones exteriores son repetidamente puntualizados y, en especial, las reiteradas decisiones en las que Washington ha actuado unilateralmente, como ocurriera con el Protocolo de Kyoto (contra la contaminación atmosférica), donde Estados Unidos no coincidió con el resto de las naciones y tampoco hizo ninguna proposición.

EL UNICO TEMA AUSENTE

Existe conciencia sobre la posibilidad de grandes atentados terroristas contra intereses norteamericanos, hasta en su propio país, mientras se desarrolle esta nueva guerra. Pero públicamente nadie ha esgrimido este argumento para oponerse a la intervención armada en Irak. Ha sido el único tema ausente en una discusión que ocupó horas en los canales de televisión y miles de artículos en los diarios, y en la que hasta se esgrimieron sospechas sobre las supuestas conexiones de algunos funcionarios de la Casa Blanca con empresas vinculadas de alguna u otra forma a la explotación del petróleo.

Es posible que ese debate tan abierto y descarnado horas antes de la invasión sorprenda a muchos extranjeros. Pero los estadounidenses no parecen dispuestos a renunciar a esa cualidad de la democracia que, a pesar de todos los defectos, se fortalece con la más libre y amplia discusión y con las críticas que no pueden ser acalladas ni siquiera en nombre de los presuntos "intereses de la patria" que tanto se esgrimen en otras latitudes para evitar la expresión de puntos de vista diferentes. Para ellos es tan básico que hasta puede resultarles sorprendente que alguien lo destaque.

La hostilidad creciente en el mundo los preocupa y analizan sus errores. Pero en relación a Francia y a su actitud en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, crece un sentimiento de indignación. Y algunos sostienen que si Saddam no destruye todos los archivos, seguramente se encontrarán rastros de operaciones comerciales de empresas francesas que habrían vendido a Hussein elementos utilizables para producir armas prohibidas.

EL CIUDADANO COMUN

Para describir el sentimiento que prevalece entre la mayoría de los ciudadanos comunes que apoyan la guerra, podría afirmarse que consideran que su país está obligado a derrocar a Saddam básicamente por la propia seguridad de los norteamericanos, aunque saben que con ello no terminan con el terrorismo y corren el riesgo de sufrir represalias. El presidente Bush esgrime más argumentos pero eso es para otro análisis.

El estadounidense medio sabe, además, que la guerra ya ha empezado a afectar su propia economía doméstica. La nafta tiene un precio récord: U$S 2,20 el galón. Nunca costó tanto. Y está en crisis todo lo que tiene que ver con el esparcimiento: restaurantes, líneas aéreas, hoteles; todos sectores que ocupan una enorme cantidad de mano de obra. Y hasta la industria del automóvil ha sentido el impacto del conflicto.

En definitiva, los estadounidenses se encaminan hacia una batalla que no los entusiasma; que por el tamaño de las fuerzas iraquíes no será gloriosa, aún cuando resulten vencedores; y que es parte de una guerra de duración indefinida porque el enemigo no tiene territorio, uniforme ni escrúpulos que le impidan atentar contra civiles y hasta utilizar armas biológicas.

Ese es el sentimiento popular que se percibe y no faltarán quienes sostengan que surge como consecuencia de las conspirativas manipulaciones de factores de poder. Pero con todas sus ingenuidades y egoísmos, los estadounidenses han creado una sociedad democrática que, en el plano interno, ha funcionado con eficacia, quizá porque siempre está sometida a las dudas y discusiones de los propios ciudadanos.

Es cierto que el funcionamiento de su sistema político e institucional les ha dado una seguridad en sí mismos que se refleja en paternalismo y omnipotencia en sus relaciones internacionales. Bien lo hemos sufrido los latinoamericanos.


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