El libre comercio, en un callejón. Clarín Artículo diario Clarín
Tras el fracaso de la reunión de la OMC en Cancún, nuestro país debe afianzar su alianza con otros países en desarrollo, en particular con Brasil, y no abandonar el frente de las negociaciones multilaterales. Roberto Bouzas. ECONOMISTA (FLACSO-UNIVERSIDAD DE SAN ANDRES). La reunión ministerial de Cancún terminó en un fracaso que pocos anticipaban. Después de cuatro días de deliberaciones y de varios meses de trabajos previos, los ministros no pudieron ponerse de acuerdo sobre cómo continuar las negociaciones lanzadas en Doha en noviembre de 2001. ¿Por qué fracasó la reunión de Cancún? El motivo que se ha dado es el desacuerdo entre la mayoría de los países en desarrollo y desarrollados sobre el lanzamiento de negociaciones en los llamados "temas de Singapur". Estos temas incluyen cuatro áreas, tres de las cuales hasta ahora no habían sido objeto de tratamiento en el marco de la Organización Mundial de Comercio. Los tres temas nuevos son el trato a la inversión, las políticas de competencia y las compras gubernamentales. La cuarta área (la llamada "facilitación de negocios") está tratada en varios artículos del GATT original. ¿Por qué están estos temas en la mesa? La causa inmediata es la presión de los países desarrollados (y especialmente de la Unión Europea) para ampliar la agenda de la OMC. Algo similar ocurrió en la rueda Uruguay (1986-1993), cuando además de actualizar el GATT se negoció un acuerdo sobre comercio de servicios (GATS) y otro sobre protección de los derechos de propiedad intelectual (temas que no habían sido cubiertos por disciplinas multilaterales). El resultado fue una notable ampliación de la cobertura temática de la OMC, a la par que varios de los temas tradicionales (como el acceso al mercado y los subsidios a la agricultura o el comercio de productos textiles) registraban progresos que finalmente se revelarían como modestos. Esta experiencia está en la base de la insatisfacción de muchos países en desarrollo con los resultados de la rueda Uruguay y su insistencia en que las cuestiones de implementación de los acuerdos se incluyeran entre los temas de Doha. ¿Existe un genuino interés de los países desarrollados por ampliar la agenda de la OMC? Es posible que en parte exista, aunque en algunos campos (como en materia de inversiones) es difícil ver cómo podría esperarse un acuerdo multilateral cuando la negociación entre los propios países desarrollados en el marco de la OCDE (el Acuerdo Multilateral de Inversiones) fracasó en 1997. En realidad, la propuesta de ampliación de la agenda, como lo ha hecho con insistencia la Unión Europea, parece más bien un recurso para "elevar la apuesta" y cobrar más caro eventuales concesiones en temas tradicionales (como agricultura) o incluso obstruir la posibilidad de cualquier acuerdo. El impasse con que ha terminado la reunión de Cancún no es una buena señal para la salud del sistema de comercio internacional. Este resultado hace prácticamente seguro que no habrá de cumplirse con el plazo para concluir las negociaciones establecido en Doha. El año próximo es un año electoral en Estados Unidos y la Unión Europea estará cada vez más absorbida por las demandas de la incorporación de los países del este y centro de Europa. Para un país como la Argentina, que necesita de un régimen multilateral sólido, este escenario no es positivo. Frente al estancamiento de las negociaciones multilaterales, es probable que la presión por acuerdos preferenciales (como el ALCA) vaya en aumento, aunque como lo demuestran las dificultades de la OMC, no es mucho lo que podrá esperarse de negociaciones preferenciales del tipo Norte-Sur, donde las asimetrías son aún más marcadas que en la arena multilateral. Lo que viene ¿Qué espacio deja este cuadro para países como la Argentina? A esta altura pueden formularse algunas conclusiones preliminares. En primer lugar debe tenerse en claro que el resultado de Cancún no es definitivo. En efecto, las negociaciones en la OMC habrán de continuar y antes de fin de año deberá reunirse nuevamente el Consejo General a nivel de representantes senior. Eventualmente, más tarde o más temprano, habrá algún acuerdo. El principal desafío, por consiguiente, es prepararse para que ese acuerdo refleje de la mejor manera posible los intereses de la Argentina. La segunda conclusión es que las posibilidades de la Argentina de promover sus objetivos serán proporcionales a su capacidad para formar alianzas estables con otros países en desarrollo. En este sentido, el Grupo de los 22 ha resultado un instrumento bastante más poderoso (debido a su composición y a su agenda diversificada) que el Grupo de Cairns, que fuera la novedad de la rueda Uruguay. Mantener esa coalición unida exigirá de la Argentina flexibilidad y una visión estratégica más amplia que el solo foco en las cuestiones agrícolas que ha caracterizado históricamente su política comercial internacional. La tercera conclusión se refiere a la necesidad de consolidar las bases regionales de esa alianza más amplia. Esto implica un trabajo más cooperativo y estrecho con Brasil y los restantes socios del Mercosur. La coordinación de la Argentina y Brasil en la OMC ha sido tradicionalmente precaria y últimamente ha ocurrido más en el ámbito del G-22 que en el plano bilateral o regional. La última conclusión aconseja prudencia frente a las iniciativas de integración Norte-Sur (como el Alca o el acuerdo con la Unión Europea). Como lo ha demostrado la reunión de Cancún, los países desarrollados parecen poco inclinados a hacer concesiones sustantivas en temas sensibles en el marco multilateral. Parece aún más improbable que las vayan a hacer en el contexto de negociaciones preferenciales del tipo Norte-Sur.
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