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Articulo de opinión

Hacia un pago honroso de la deuda (12/02/2004)

“Una República que pierde su honra es como una nave al garete que, poco a poco, convierte a sus tripulantes en parias del mundo”

La deuda que tiene la Argentina con sus acreedores privados va mas allá de lo financiero y constituye una inocultable deuda moral: si no la cancelamos honrosamente nos pesará toda la vida. Es cierto que aquellos saben que el país está quebrado, pero no ven ningún esfuerzo especial por saldar la deuda de un modo menos confiscatorio. El único mensaje que siguen recibiendo es: “esto o nada”. Cuesta creer que no tengamos una oferta mejor.

El país de todos los climas, de todas las razas, de feraces praderas y caudalosos ríos no puede ofrecer nada mejor? El país de las vacas y el trigo, de la minería y el petróleo, no piensa ofrecer nada mejor? El país a cuyo extenso litoral marítimo vienen a pescar desde los más apartados confines de la tierra, no tiene nada mejor que ofrecer? El país cuyos hombres forjaron su temple sobreponiéndose a todo tipo de adversidades, no quiere ofrecer nada mejor? El país con más premios Nobel de America Latina, que ganó licitaciones internacionales para proveer centrales nucleares a otras naciones, no debería ofrecer algo mejor?

Desde sus orígenes la Argentina se hizo merecedora del respeto y consideración de los pueblos del mundo por el inalterable cumplimiento de sus compromisos. Le iba en ello su honor. En todas las épocas la actitud con que nuestro país asumió sus responsabilidades reveló la grandeza moral de los argentinos. Desde “La victoria no dá derechos” hasta la madura aceptación de arbitrajes contrarios a nuestros intereses, dimos prueba acabada de un estilo de vida en el que los más altos principios inspiraban nuestra conducta como Nación.

Ese perfil de la Argentina –épico y fundacional- se fué desdibujando con el tiempo. Por razones que no son del caso analizar acá, empezamos a no asumir la responsabilidad de nuestras decisiones cuando el resultado nos era adverso, y tomamos la costumbre de pretender que las consecuencias las pagaran otros. Tal vez por eso hoy nos cueste tanto reconocer nuestra cuota de responsabilidad en este asunto.

Varias preguntas surgen de esto: ¿ Es la honra de un país un legado valioso para transmitir a sus futuras generaciones? No cumplir con la palabra empeñada por los sucesivos gobiernos bajo cuya gestión se generó la deuda, afecta el honor de la Argentina? ¿Ofrecer monedas a quienes invirtieron aquí sus ahorros, es un legado honroso para dejarles a nuestros hijos? Y aún si estos pensamientos no alcanzaran a exitar nuestra virtud, si sólo nos moviera nuestro propio interés, ¿podemos ignorar que tarde o temprano, de una forma u otra, pagaremos esta deuda con creces?

Parecería no haber dudas de que comprometer un superávit fiscal primario inferior al 3% no permitiría pagar la deuda y que un superávit mayor impediría el despegue de la economía. Este dilema de hierro debiera obligarnos a pensar no ya en el modo de repartir esta pequeña torta, sino en el modo de agrandarla.

Si escapáramos del criterio exclusivamente financiero con que el Gobierno está encarando el tema y nos abocáramos a pensar en cómo movilizar recursos inexplotados, tal vez podríamos encontrar una solución histórica acorde con la gravísima situación en que se ha puesto la Argentina frente al mundo.

Porque nadie puede razonablemente imaginar que, si no hace un gran sacrificio, nuestro país no podrá salvar su honor y asegurar su reinserción en el mundo; es que acaso el único coraje que tenemos los argentinos es el de insistir en no pagar lo que debemos?

Este planteo debiera llevarnos a pensar, entre otras cosas, en los inmensos recursos naturales inexplotados que podrían ser utilizados temporariamente como complemento del pago de la deuda. Debiera llevarnos a pensar también en la posibilidad de comprometer un superávit fiscal primario superior al 3% cuando los índices de recuperación de nuestra economía lo permitan. Podríamos pensar, igualmente, en un “canje” con Europa y EE.UU. si suspendieran las trabas a nuestras exportaciones primarias. En ese supuesto ofreceríamos destinar al pago de la deuda todos los ingresos fiscales que se deriven de ellas. Y podríamos pensar, finalmente en muchas otras medidas que aportaran recursos no financieros pero que resultaran complementarios del cumplimiento de nuestras obligaciones.

Cómo hacer para que el resultado económico de estas propuestas, o de cualesquiera otras que podamos imaginar, llegue al bolsillo de nuestros acreedores privados? Una clave podría ser interesar a sus países de origen para que les compren sus créditos en el mayor precio que pueda resultar de las medidas a tomar. Si ello ocurriera los bonistas se verían beneficiados de un modo muy significativo por el pago rápido de sus títulos y por el incremento de su valor.

La Argentina también se vería beneficiada porque los países estarían en mejores condiciones para acompañar los tiempos que demandaría la obtención de resultados y aportar las inversiones iniciales que pudieran necesitarse.

A la luz de estas ideas se podrían dar los siguientes pasos:

• apelar a las bases de datos de recursos naturales inexplotados, existentes en instituciones públicas y privadas;

• ofrecer una mejora mayor al 3% del superávit fiscal cuando la recuperación de la economía lo permita;

• proponer el “canje” de levantamiento de subsidios agrícolas contra la cesión de los ingresos fiscales resultantes de las exportaciones ;

• exhortar a los países que compren la deuda existente en mano de sus ciudadanos;

• recurrir a la experiencia de países que hayan pasado por un trance semejante al nuestro.

Si algo de esto arrojara resultados positivos, se abriría un ancho camino para el estudio de su implementación; y el pago honroso de la deuda podría estar más cerca de lo que imaginamos. Pero aún en el caso de que no fuera suficiente, el balance sería igualmente positivo ya que empezaríamos a sentir más respeto por nosotros mismos y a recuperar el respeto de los demás.

No cabe duda que este esfuerzo adicional por allegar otros medios para el pago de nuestros compromisos es lo primero que le debemos a nuestros acreedores privados; no cabe duda tampoco que lo está esperando toda la comunidad internacional.

Miguel E. Sanguinetti

Buenos Aires, Febrero de 2004.-