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Hay que formar dirigentes más duros, responsables y éticos
A fondo: Juan Carlos Tedesco, especialista en educación, para Clarín.

  Fecha: 17/03/2002
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Pilotos de tormenta. Salir de la crisis que estamos atravesando requerirá de una clase dirigente con aptitudes que no son frecuentes hoy. La universidad, que forma elites, no parece haber cumplido enteramente su papel, por lo que se impone redefinirlo, sobre todo ante el nuevo ciclo que iniciará la mayor casa de estudios, la UBA, que en pocos días más elige rector. El análisis corresponde a Juan Carlos Tedesco, el experto en educación más respetado en nuestro país, que dirigió la Oficina Internacional de Educación de la Unesco. Tedesco es miembro de la Academia Nacional de Educación y conduce la sede regional del Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE-Unesco).

En pocos días, la mayor universidad pública de la Argentina, la de Buenos Aires, elige nuevo rector, después de haber tenido por 18 años la misma conducción. ¿Con qué escenario se encuentra quien llegue al cargo?

—Es muy difícil hoy separar el escenario de la UBA del escenario nacional. Quien llegue se encontrará entonces con el panorama de un país con todas sus instituciones en una profunda crisis de confianza y de legitimidad, en medio de la anomia y con debacle económica, como un rasgo más aunque no el primero.

· ¿No el principal?

—Creo que tenemos que reflexionar sobre un escenario mayor que incluye las ideas que forjamos acerca de la realidad. Porque no sólo está en crisis la realidad, sino nuestras concepciones acerca de ella. Y en ese sentido, la universidad puede ser parte del problema o de la solución. Porque si vivimos una crisis de ideas, la universidad, como lugar natural de producción de paradigmas, puede ser una usina que motorice salidas. Pero uno puede creer también que estamos en este atolladero porque nuestras clases dirigentes, formadas en su mayoría en las universidades, no han podido encontrar respuestas inteligentes.

· Dicen los expertos que todas las universidades públicas de América latina arrastran problemas de calidad, de masividad y de financiamiento. Me imagino que nuestra crisis empeora cualquier diagnóstico.

—Todos esos problemas no sólo se potencian, sino que se redefinen, porque hoy en día tenemos un serio déficit de cohesión nacional, del que las universidades no pueden ser ajenas.

· ¿En qué sentido?

—En que si su función clave es formar elites dirigentes, deben hacerse cargo de ese déficit y pensar cómo neutralizarlo. La universidad debe preguntarse seriamente qué dirigentes quiere formar en medio de la crisis y qué experiencias hay que incluir en su formación. Formación que ya no es sólo —nunca lo fue, pero ahora mucho menos— puramente técnica. Porque usted mencionó problemas que se comparten en casi todas las universidades públicas masivas, pero nosotros debemos reconocer los problemas específicos de nuestra situación. En estos momentos, la formación de las clases dirigentes tiene que ser muy dura en términos de calidad técnica. No podemos seguir en el facilismo, ni creer que tenemos los mejores recursos humanos, ni que somos todos inteligentes y brillantes. Ese mito no existe más: la ciencia está evolucionando a una velocidad impresionante y nosotros nos estamos quedando atrás.

· ¿Qué significa exactamente formar dirigentes duros?

—Con conocimientos de calidad, responsabilidad y una fuerte conciencia ética. Este es un verdadero aprendizaje de la crisis, porque uno de sus componentes clave es el moral. Por eso digo que es imprescindible reflexionar sobre el tipo de dirigentes que la universidad forma y qué lugar ocupa en ella la idea de la ética, de la conciencia nacional y de la responsabilidad ciudadana.

· ¿La ética venía ocupando un lugar exiguo?

—No puedo medirlo con exactitud. Lo que señalo es que es preocupante que muchos futuros dirigentes políticos se estén socializando en la propia universidad a través de prácticas mafiosas y muy corruptas.

· En general, los límites presupuestarios sirven para explicar por qué la universidad pública no puede funcionar mejor de lo que lo hace. Pero para la demanda que usted formula no parece necesitarse más plata.

—No, efectivamente. Eso muestra que el problema de la universidad pública no es sólo presupuestario. La propia administración eficiente de recursos escasos ya es un comportamiento éticamente responsable. Pero si lo poco que hay se dilapida, estamos mal. Todo el tema del financiamiento debe ser discutido con racionalidad, porque el país va a tener un largo período de escasez de recursos. En materia educativa, la prioridad, sin ninguna duda, hay que ponerla en educación básica. Esto no quiere decir no financiar la universidad, sino exigir de ella un manejo mucho más duro y riguroso de los recursos que se le asignan, una política mucho más vinculada a que lo que se gasta realmente tenga retorno y un estudio a fondo de los mecanismos que permitan buscar recursos extraordinarios, no propios del Estado.

· ¿Imagina alguna variante de arancelamiento?

—No, eso ya ha sido muy discutido y se sabe que el arancelamiento no es la solución. Es que si una universidad está funcionando con altos niveles de ineficiencia, si usted le pone más plata va a seguir siendo ineficiente. Entonces, hay que empezar por buscar fórmulas de asignación y de utilización eficiente de los recursos para que sea legítimo poner más plata. Hay muchas otras fórmulas superadoras del arancelamiento: los créditos a los estudiantes, reformas de política fiscal, propuestas diversas hechas desde varios sectores de la universidad. Pero lo que hace falta es un debate serio sobre la asignación de recursos, que no debe quedar librada a la ley de la selva, porque en la selva logran más los que cuentan con más poder de lobby, como vemos actualmente.

· ¿Qué primeras tareas le esperan al nuevo rector de la UBA, sea quien fuere el elegido?

—Es una pregunta difícil, porque el panorama promete realmente tormentas. Me parece, en principio, que el nuevo rector tendrá que combinar una agenda urgente y de largo plazo a la vez. Pienso en proyectos que siempre se formularon y quedaron en los papeles: desde la propia descentralización de la UBA, la reforma de los planes de estudio y un análisis a fondo de las formas de gobierno. Me importa insistir en una agenda articulada entre emergencia y largo plazo, porque sólo si uno tiene una perspectiva a largo plazo puede tomar algunas decisiones en la emergencia que estén bien encaminadas.

· Déme un ejemplo de articulación.

—Si uno mira el panorama de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, hay diez universidades nacionales. O sea que el país le puede garantizar a todo egresado de escuela secundaria un lugar en la universidad. Esto no es lo mismo que decir que todos pueden estudiar lo que quieran, en la institución que quieran. En ninguna parte del mundo es así. Entonces, tiene usted la paradoja de una universidad con 200, 250 mil estudiantes, y al lado, una con tres mil. Esto es muy irracional y una buena política universitaria tiene que poder corregir la situación. Hay que introducir, sin duda, mayor planificación.

· Para algunos eso es muy dirigista, incluso atentatorio de la autonomía.

—Es cierto. Para algunos, planificación es mala palabra. Lo notable es que algunos sectores que atacan las propuestas neoliberales en el fondo también se oponen a que el Estado tenga algún mecanismo de planificación que supone, en cierta medida, tocar la autonomía. Contra los que aducen esto, yo defiendo la necesidad de fortalecer la capacidad planificadora del Estado.

· En sus libros suele haber ideas muy fuertes que pueden resumirse así: "sin un mínimo de equidad y de cohesión social, la educación no funciona". Al comienzo de la charla mencionó la falta de cohesión nacional como rasgo central de la crisis. ¿Teme la atomización de la educación?

—Vivimos fragmentaciones superpuestas, que tienen que ver con lo social, lo político y lo económico, y el riesgo para la educación es evidente. Ya hay niveles muy diferentes en cuanto a la calidad. Si usted compara los resultados de las encuestas ve objetivamente la gravedad del problema. O mire el promedio de años de estudio de cada provincia. Entre Capital Federal, que tiene un promedio de ocho, nueve años, y provincias como Formosa, Santiago del Estero, que tienen cuatro, cinco años, la brecha es enorme. Lo mismo se verifica cuando usted analiza el resultado de los rendimientos en Lengua y en Matemática o la cantidad de días de clase dictados. La segmentación es un dato muy grave. Es muy importante, por eso, que existan políticas nacionales para reducir las brechas.

· ¿La escuela ya no iguala?

—Nos está pasando algo muy contradictorio, porque tenemos un sistema educativo que es cada vez más diversificado —en el sentido de que entran todos, y por lo tanto son todos muy diferentes—, pero escuelas muy homogéneas. La escuela pública argentina tradicional era un ámbito de diversificación, de heterogeneidad. Usted tenía, en la misma escuela, al hijo del obrero, del médico, del almacenero, del empleado. Hoy no, o cada vez menos. Y está produciéndose un proceso muy importante por el cual muchos sectores medios en caída están dejando la escuela privada para ir a la pública. Con lo cual se está elitizando cada vez más la escuela privada y masificando la pública. Porque esta escuela pública, que está recibiendo más alumnos, no está aumentando sus recursos. Es decir que está atendiendo a más alumnos con los mismos recursos que antes, o aun con menos. Por lo tanto, la masificación y la elitización están ocurriendo, pero en el peor sentido.

· ¿Un proceso semejante no define una brecha irreversible frente al ingreso al mundo del trabajo?

—No me gusta la palabra irreversible. Nada es fatal si uno trabaja para que no lo sea. En ese sentido, hay que recuperar cierto humanismo: los seres humanos somos los únicos que podemos superar los determinismos. Por lo tanto, todo se puede enfrentar y matizar.

· El domingo pasado, Clarín publicó una encuesta de CEOP que mostraba que la educación era la tercera preocupación de la gente, detrás de la situación económica y del desempleo. ¿De qué cree que tendrían que preocuparse más los padres respecto de lo que ocurre en las aulas?

—De lo que tiene que ver con el esfuerzo. Estamos instalados en un paradigma cultural demasiado light. El mundo en el cual nuestros hijos se van a tener que mover va a ser durísimo, muy poco piadoso, muy competitivo. Hay dos maneras de enfrentar ese mundo competitivo: individual o colectivamente. Si aceptamos la idea de la competencia individual —todos contra todos— creo que algunos se salvarán, muchos perderán y, como país, no tendremos destino. La única manera de enfrentar esta crisis es con la idea de competitividad social, de equipo. Pero esto supone introducir en nuestros hijos la idea del esfuerzo, de que las cosas no son fáciles. A veces en las escuelas y en las propias familias hay una tendencia a querer resolver todo fácilmente, junto con la certeza de que cualquier exigencia es negativa, casi autoritaria. La escuela debe propender a una cultura del esfuerzo, partiendo del aprendizaje mismo. No hablo de poner obstáculos porque sí, sino de aprender a enfrentarlos.

· No quiero pecar de derrotista, pero ésta parece cada vez más una sociedad en la que el esfuerzo no les garantiza a los jóvenes ni un trabajo digno ni un lugar en el mundo.

—Sí, pero de lo que estamos seguros es de que sin esfuerzo no lo van a tener. Con esfuerzo, van a poder pelearlo. Sin esfuerzo, están condenados. Vuelvo a mi planteo inicial: este país va a necesitar personas fuertes, duras en su capacidad técnica y en sus valores. Si no, no salimos. ¿Usted cree que soy voluntarista? Sí, lo soy, pero ningún país salió sin una cuota de voluntarismo, sin decidirse a ir en contra de la corriente. A mí me gusta mucho una fábula del escritor Charles Peguy. ¿Se la puedo contar?

· Claro.

—Peguy iba en peregrinaje a la catedral de Chartres. En el camino se encontró con un señor picando piedras, transpirado y furioso. "¿Y usted qué está haciendo?", pregunta el escritor. "Y, ya lo ve, pico piedras. Tengo sed, me duele la columna, perdí todo, soy una especie de subespecie humana que hace este trabajo miserable". Siguió caminando y se encontró con otro señor picando piedras. Repite la pregunta y éste contesta: "Yo me gano la vida con este trabajo, estoy relativamente satisfecho". Se encuentra con un tercero que, ante la misma pregunta, dice: "Acá estoy, construyendo una catedral". ¿Se da cuenta? La idea y la voluntad con que uno inicia un trabajo cambian el sentido y el resultado de ese trabajo. Nosotros vamos a a tener que picar piedras durante mucho tiempo. Mejor es que sintamos que no estamos ante un trabajo degradado, sino fundando los cimientos de un país diferente. Sólo si proyectamos la catedral la vamos a tener.

COPYRIGHT CLARIN, 2002.


   
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