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Noticia

La esquiva señora confianza.
Nota de Alberto Asseff en el diario La Nueva Provincia de Bahia Blanca

  Fecha: 27/01/2003

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eVoluntaria: María Lía Macchi
  Tema relacionado: Instituciones de la República

El mayor problema argentino es moral. Está configurado por una suerte de imperio al revés, es decir la entronización de la avivada, el acomodo, el delito y todas las perversidades conexas, con desplazamiento de los valores legítimos de su sitial natural. El esfuerzo, la capacidad, el mérito, el apego a la ley y todas las virtudes relacionadas con los valores se han diluido. Como derivación de los desvalores que nos tienen atrapados y trabados y, peor, en franco proceso de degradación, la confianza se halla ausente con presunción de fallecimiento.

La confianza es femenina y a esta altura se presume que es una señora. Tiene tantas caras como países. La señora confianza, nuestra conciudadana, es viuda, pues hace años que se desvinculó de nosotros. Quizás, siempre fue soltera, ya que en la Argentina lo que es genuina confianza, en toda la extensión del concepto-valor, fue esquiva o, por lo menos, efímera.

La confianza no es una referencia unilateral y segmentada. Es integral y polidireccional. Confianza en uno mismo, en los otros, en el Estado, en las instituciones, en los gobiernos, en los representantes, en los comerciantes, en los trabajadores, en la policía. Es la confianza del Estado en nosotros, los ciudadanos. La confianza es tan misteriosa como valiosa. Llega a fuego lento. Su elaboración necesita manos de orfebre o de eximio cirujano. Que ataque entre nosotros cuesta un Potosí y quizás también un Perú (¡qué bello nuestro idioma que conserva la memoria de esos tiempos en que Potosí era inmensamente más importante que a la sazón inexistente Miami!). La confianza es el resultado de un arduo trabajo y de muchos años de estreno. Empero, cuando se enfada, se va en un santiamén, con un sonoro, cuando no furibundo, portazo.

Es un enigma el motivo de tanta esquividad. Es posible que la confianza sea tan áspera porque se sabe poderosa e indispensable. Nada funciona sin ella. Se puede estudiar toda la vida la ciencia política o la económica, pero si se ausenta o no se logra la confianza, todos los libros se queman en la hoguera de la realidad. Por caso, se puede pergeñar esto o aquel sistema electoral o una depurada modalidad para ungir a los jueces, pero si la gente no confía en sus dirigentes o en las instituciones, no existe ciencia que valga. Sin confianza, naufraga el mejor programa.

¿Quién perdió primero la confianza? Digamos que el pueblo siempre es crédulo por naturaleza. La credulidad --gemela de la confianza-- hace a la esencia del pueblo. Por ende, el pueblo fue el último en reñir con la confianza. Fueron otros los que la maltrataron y despreciaron.

Los habitantes y pertenecientes a nuestra Nación se cansaron de confiar. Confiaron una y otra vez. La confianza era como la energía de los ríos, renovable, casi imperecedera. Parecía que se agotaba y renacía, otra vez lozana, fresca alegre. Creyó en Frondizi. Respetó a Illia. Se ilusionó con Onganía. Se alborozó con Perón. Aceptó a Videla (¡nadie lo puede negar si es sincero!). Se entusiasmó con Alfonsín. Siguió a Menem. Creyó en la Alianza. Una ristra de casi medio siglo. De pronto, la Argentina quedó exhausta. La confianza explotó e implosionó, simultáneamente, en un lapso que corrió desde mediados de 2001 hasta el 19 y 20 de diciembre de ese año.

¿Qué pasó? Muy sencillo y, también, muy siniestro: se mintió y se engañó mucho, mucho más de lo digerible. Y se robó a cuatro manos, no ya como ligera "picardía" o hurto disimulado y disimulable, sino con la ignominia del saqueo. Porque una cosa es un gobernante que se equivoca y otra un representante infiel que accede al gobierno encabalgado en la mentira y con el solo objeto de embolsillar los recursos públicos. El Dr. Bernardo de Irigoyen erró cuando no puso énfasis, en la negociación con Chile en 1881, en que la Argentina consideraba a la bahía San Gregorio del estrecho de Magallanes como la desembocadura y no la primera angostura, de modo que por ella debía pasar la frontera. Empero, la historia reconoce que Don Bernardo obró de buena fe y con patriotismo, más allá del yerro.

Existen miles de ejemplos de errores que ameritan indulgencia. Pero el engaño sufrido en la Argentina moderna ha sido protervo. Hubo malicia intencionada. Como mínimo, ceguera obstinada y equivocación inexcusable. Peor, hubo delito.

Dónde está la confianza, es muy difícil determinarlo. Aunque hay buenos indicios. Se halla en volver a la verdad, buscar los buenos valores, esos que hemos perdido. Respetar. El respeto es medular. El respeto trae el desarrollo. Respetar a la gente, a la ley. Respetarnos entre nosotros mismos (porque no todo depende del gobierno de turno).

Llevará tiempo, pero no demasiado si ese proceso restaurador de los valores va acompañado de buenos y tonificantes ejemplos de dirigentes señeros que apetecen bronce y no oro (ya se sabe, el otro no sirve en el cajón, pero el bronce es útil para preservar la memoria del querido muerto, aunque hoy por hoy hasta el bronce es castigado, robado vandálicamente de las plazas y paseos). El reencuentro con la confianza marcará el click y terminará con el crack. La Argentina se quebró, no sólo económicamente hizo crack. El resurgimiento requiere un click que una energías y voluntades y que nos reconecte con la confianza. Necesitamos confianza, no milagros. No hay un hombre providencial, hay la confianza de un pueblo.

En los "colchones" existen 30 mil millones de dólares, tres veces las reservas que atesora el Banco Central. No habría que peregrinar con Washington o Londres o Berlín o Tokio para lograr los capitales que necesitan las venas secas de una economía lánguida como la nuestra. Bastaría que la confianza abra los grifos. Del escondrijo a la Bolsa o al banco de la esquina. Quizás la distancia no supere los cien metros, pero parece sideral hoy por hoy, porque sigue el crack.

Otro asunto, y no menor, es si la señora esquiva habita afuera del país o reside entre nosotros. Según una línea, con mucha prensa y más poder, la confianza hay que encontrarla en el Fondo Monetario, una especie de abrepuertas y de gran maestro de ceremonias previas a las fuertes corrientes inversionistas. Nadie niega --y nosotros tampoco-- que es menester acordar con el FMI. Se trata de algo así como de una regla de urbanidad internacional que no conviene ni es aconsejable contravenir. Empero, con la firma del acuerdo con el FMI, no retorna la confianza.

Esta es una vecina nuestra que nos rechaza redondamente, mientras no seamos capaces de demostrar que queremos ser un país, que nos importa el destino común, que hemos sepultado el "sálvese quien pueda" e inhumado, sin pompas, a Avivato. Que al gobierno se llega para servir y no para robar. Que la idoneidad no es una palabrita, sino un enorme vocablo que la Constitución exige que se cumpla para ser diputado, senador o presidente o ministro. Y que, además de protestar y embroncarnos, somos capaces de construir la herramienta nueva para sustituir a más de lo mismo.

La confianza está acá, en los Andes, en el Litoral, en las pampas, en la meseta patagónica, en la aridez y en la humedad. La confianza que necesitamos es argentina. No se vende o compra en Washington. Está en nuestras entrañas. Debemos desentrañarla, reencontrarnos con ella y ponernos, de nuevo, a hacer un país. ¿Puede haber una misión más ensoñadora?

Alberto Asseff es presidente de PNC-UNIR, Partido Nacionalista Constitucional - Unión para la Integración y el Resurgimiento.


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