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Noticia

Una nueva conciencia colectiva
Por Julio De Giovanni Para La Nación

  Fecha: 20/08/2002

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El desasosiego que muestra la gente en la Argentina debe ser interpretado en función de tres datos básicos: en lo económico, el país vive la recesión más larga y más profunda de su historia; en lo social, nuestra sociedad sufre el desempleo y la pobreza más altos registrados hasta el presente, y en lo político y ético, la política sufre una crisis de credibilidad demostrada en los últimos comicios con el más bajo índice de voto positivo. Tal, en pocas palabras, la situación a la caída del gobierno de Fernando de la Rúa.

Veamos el nuevo fenómeno: nunca en el último cuarto de siglo el entramado social, en forma cuasi espontánea, protagonizó tanta política protestataria de las bases populares sin representación visible. Por primera vez, desde los años del Centenario, un gobierno votado por el pueblo no cayó por cuartelazo militar sino por movilización popular. Lo cierto es que la protesta popular parece quebrar, además, un histórico contrato político entre la partidocracia y el partido militar.

Crisis del bien común

A partir de entonces, el cuadro social, político y económico se ha agravado por la impericia, el cálculo electoral y las continuas contradicciones de quienes ejercen el Poder Ejecutivo. Sumado a ello el egoísmo de las circunstanciales mayorías legislativas, que escamotean la participación popular sin profundizar la reforma política y se aferran a un mandato que ya no tienen.

La sociedad argentina viene padeciendo desde hace décadas una crisis fundamental, en que ética pública y transparencia son valores sólo de pocos. Se trata de una sociedad que además no respeta las normas y acuerdos básicos, ni los explícitos ni los implícitos. Sin duda, la política y los políticos son parte de este problema y tienen mucha responsabilidad, pero no son ni todos responsables ni los únicos responsables. La nuestra es una crisis del bien común y la mayor dificultad para superarla es la fragmentación social. Recomponer las bases de nuestra sociedad requiere instalar y vivir valores compartidos y además recuperar la confianza mutua, los valores históricos y el creer y querer nuestra identidad como Nación.

La reforma política prometida quedó a medias. Entre la pobre legislación existente y el egoísmo de la actual dirigencia, serán muy pocos los nuevos dirigentes sociales que puedan ingresar en la escena política. Habrá que seguir bregando de ambos lados, desde la actual estructura y desde las calles y las instituciones intermedias, para posibilitar reformas que permitan la participación popular y la consecuente renovación diferencial. Pese a todo, tenemos un optimismo moderado, porque el proceso de vigilia y movilización popular que está en marcha no podrá ser detenido.

Estimamos que ni el asambleísmo ni los cacerolazos ni los piquetes tienen o tendrán en el futuro una expresión política única. El sociólogo Eduardo Ovalles hizo una investigación en la que constató la existencia de 272 asambleas en todo el país que se reúnen con cierta periodicidad. En el futuro, este nuevo fenómeno seguramente continuará. Hoy, lamentablemente, se traduce en una ruptura de la confianza de la sociedad en su dirigencia política, que puede afectar la futura gobernabilidad, esto agravado por el desinterés social, porque desde la política ha comenzado mal la campaña electoral.

Democracia participativa

La Constitución histórica proclama la democracia representativa. No hay contradicción con la participación ciudadana: el régimen de gobierno será participativo y además representativo. Los términos se complementan y perfeccionan: el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes y de las instituciones de democracia semidirecta creadas por la Constitución. Por otra parte, la sociedad argentina reclama algo más que la democracia representativa. Con ella sola no alcanza. Debe tener vigencia la democracia participativa para sumar propuestas, compromisos, esfuerzos, y recibir los frutos de la acción.

Cuanto antes se produzca la simbiosis entre sociedad y dirigencia, antes emprenderemos el camino de la recuperación. En caso contrario, seguiremos al borde de un precipicio donde están la anarquía, el atraso y la disgregación nacional.

O nos salvamos entre los argentinos con sensibilidad social y ajenos a la corrupción, o no nos salva nadie.

El autor fue diputado de la Legislatura y subsecretario de Justicia de la ciudad de Buenos Aires.


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