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Noticia

La incógnita de los partidos
Natalio Botana para La Nación.

  Fecha: 03/10/2002

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EL espejo roto de la representación política es resultado de dos andanadas: los partidos se derrumban y la sociedad no atina a encontrar el camino de su propia representación. El panorama que nos circunda se asemeja cada vez más a un archipiélago donde apenas sobresalen liderazgos escuálidos y un sinnúmero de organizaciones civiles que pretenden actuar en la vida política sin asumir los costos de hacerse cargo de una gravísima situación.

Desde octubre del año pasado, los acontecimientos han destruido la disciplina de los partidos y los han fragmentado hasta un punto de extrema fragilidad. No tenemos, en rigor, un sistema de partidos basado en una relación estable de expectativas: de un bipartidismo imperfecto, donde una franja mucho más pequeña de terceros partidos rodeaba al justicialismo y al radicalismo, hemos pasado en poco tiempo al multipartidismo en un contexto de severa abstención.

El multipartidismo se puso en marcha a partir de la caída en picada de la Unión Cívica Radical y la escisión de ese tronco partidario primero de Elisa Carrió y después de Ricardo López Murphy. Hoy este movimiento centrífugo se ha acentuado y envuelve también al Partido Justicialista. Los justicialistas presentan en estos días cuatro candidaturas (por orden de preferencia en las encuestas: Adolfo Rodríguez Saá, Carlos Menem, Néstor Kirchner y José Manuel de la Sota) y una incógnita que no termina de disiparse (Carlos Reutemann). Lo más complicado de esta pluralidad de postulantes es el hecho de que es muy probable una fuga de candidatos de las filas justicialistas con el objeto de trazar una vía electoral propia (como puede ser el caso de Rodríguez Saá y Kirchner).

El justicialismo también se está desgranando, aun cuando sean evidentes sus ventajas con respecto al radicalismo, cuyos candidatos apenas se destacan en las encuestas. A esto se suma un factor complementario. Mientras, por un lado, los partidos se fragmentan, por otro se concentra un nuevo tipo de intervención externa en nuestra política, proveniente del Fondo Monetario Internacional y del gobierno de los Estados Unidos, debido a dos problemas concurrentes: el feroz impacto de la crisis del default y la nube tóxica de la corrupción que planea sobre Carlos Menem (las declaraciones del subsecretario de Asuntos Hemisféricos norteamericano, Otto Reich, desmentidas al día siguiente, se suman, en este sentido, a varias citaciones judiciales).

Se está delineando, pues, un cuadro en el cual las preferencias populares no encuentran cauce por falta de ofertas y por exceso de demandas. El ejemplo que ilustra el primer caso es el de Reutemann. Un sector importante de la población lo aprueba y él, por ahora, insiste en rechazar una candidatura por el PJ. O el gobernador de Santa Fe es un excelente administrador del tiempo, como lo fue Hipólito Yrigoyen en 1916, cuando, después de negarse a encabezar la fórmula radical, respondió a último momento al pedido unánime de sus seguidores con el "hagan de mí lo que quieran", o, de lo contrario, su aceptación se esfumará en medio del hermetismo, con lo que se ampliará el vacío de representación.

De hacerse realidad esta última hipótesis, a los candidatos en liza, justicialistas y no justicialistas, les quedará por delante el duro esfuerzo de penetrar una masa de electores que, al condenar este estado de cosas con su abstención y sus votos en blanco e impugnados, no sabe todavía con qué reemplazarlo. En la actualidad somos una sociedad demandante en exceso sin puntos firmes de referencia en el plano político. Sabemos, o creemos saber, lo que no queremos; no sabemos aún, en términos colectivos o mayoritarios, lo que queremos.

En franca transformación

Es posible que las situaciones políticas en las provincias sean más estables que la política nacional, pero lo que el país está reclamando es no sólo un consenso en lo fundamental sino un liderazgo nacional, legislativo y ejecutivo. Si el sistema representativo no es capaz de generar ese liderazgo, de poco valdrán los llamados a recrear un nuevo consenso en torno a determinadas políticas públicas. El consenso programático en una democracia representativa son las ideas y propuestas con vistas a fijar un rumbo, sumadas a la mediación que encarne esa manera de concebir el porvenir. Las ideas abundan, las propuestas son más escasas: ¿quiénes tomarán a su cargo la forja de la mediación?

El hecho de que los partidos estén desprestigiados no invalida el principio gracias al cual ellos existen. Una democracia moderna sin partidos es un régimen sin vasos comunicantes y una caricatura utópica. La opinión pública, no sin razones, podrá rechazar los que ahora existen, pero no podrá negar, so pena de destruir la propia democracia, que sin esas estructuras renovadas el orden constitucional seguirá desmoronándose.

John Stuart Mill, uno de los grandes inspiradores de la teoría del gobierno representativo, decía que este régimen, como cualquier otra forma de gobierno, era tributario de la elección profunda de una sociedad. Era pues necesario que los habitantes de un Estado, merced a una combinación de afecto hacia lo público y de percepción de resultados benéficos, lo quisieran como prenda de la vida en común. Los argentinos tenemos los afectos públicos en baja y la visión negativa acerca de las consecuencias de la política en alza. Por eso nuestros partidos, aunque a primera vista parecen descomponerse, están en franca transformación.

Todavía ignoramos quiénes serán los depositarios de este turbulento cambio, aunque sí sabemos que, hasta tanto no se ponga en pie la mediación indispensable de los partidos y de los liderazgos nacionales provenientes de ellos, seguiremos a los tumbos. Sería muy triste llegar a la conclusión de que nos han fallado las ofertas mientras las demandas siguen en suspenso y a la espera no se sabe de qué.


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