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Noticia

Empresarios y responsabilidad social
Editorial I. La Nación. Opinión

  Fecha: 23/12/2002

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eVoluntaria: Cristina García Pullés
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Una sociedad acosada por una crisis estructural termina cuestionando al total de los sectores sociales y cayendo, así, en la indebida generalización. Tomar el todo y no las partes provoca el rechazo absoluto del sistema conduciendo directamente a la injusticia.

Tanto la acusación como la defensa corporativa surgen de una irracionalidad peligrosa a la hora de analizar la sociedad. De ello se desprende por ejemplo el clamor popular "que se vayan todos", un slogan contemporáneo que hace alarde de la discriminación precisamente al no discriminar, cuando la ética supone una diferenciación consciente.

Toda sociedad se basa en las diferencias intrínsecas de quienes la componen y es a través de éstas como se desarrolla y evoluciona. Pretender igualar las conductas y los modos conduce al error y simultáneamente a meter en la misma bolsa a sectores que se han comportado en forma diferente frente a los mismos hechos. La Argentina ha caído muchas veces en generalizaciones que vaciaron de contenido la verdad de ciertas fases de su historia.

Construir partiendo del error es tarea vana. Creer en el "todos" es aferrarse al "nadie". En el vacío existencial que se gesta de tal aberración, la humanidad pierde su sentido.

No hay siquiera unanimidad en la acción humana. Cada individuo se desempeña acorde con su propia estructura interna creada en torno de la propia normativa de valores y principios.

El orden, la jerarquía, implican disciplina, y dentro de ésta, la escala de matices que rigen los comportamientos es tan amplia como inabarcable.

Cuando el empleo escasea es menester restablecer las raíces donde se genera. Toda política social debería apuntar a una reactivación de la producción que implique una demanda sistemática y articulada de mano de obra en la sociedad. Para ello, las empresas se erigen como eslabón primero de la cadena de desarrollo y progreso. No es el Estado el que debe aumentar el gasto público sin necesidad; son sí sus políticas las que deben fomentar las condiciones apropiadas para una nutrida actividad empresarial que actúe en pro del bienestar general.

La empresa no es sino la acción o la tarea que puede revertir uno de los peores males de una sociedad: la falta de empleo para sus miembros.

Desde esta perspectiva, el empresariado viene a desempeñar un rol fundamental para el desarrollo y la manutención de una convivencia armónica en la sociedad.

Así pues, como actor o agente del desarrollo, el sector empresarial no puede ser cuestionado en forma absoluta o caer en el error de la generalización.

Pretender acusar a la dirigencia empresarial en su totalidad, sin distinguir las actitudes de unos y de otros, es una falacia más dentro de una dialéctica falaz.

Así como hay médicos que obran de acuerdo con los principios del juramento hipocrático y otros que hacen de la medicina un mero comercio sin escrúpulos, lo mismo sucede con los empresarios. Los hay de baja calaña, pero en el grueso de la sociedad existen numerosos agentes de desarrollo cuya ética y valor no pueden ser discutidos a pesar de la crisis que afecta al sector.

Las partes, en este sentido, no constituyen un todo homogéneo ni amorfo. Por el contrario, el empresariado en el país ha sido la base misma de la pirámide de crecimiento en los años de prosperidad y desarrollo. Una nación sin empresas no tiene sustento económico y, en consecuencia, la emigración sería inevitable.

El empresariado argentino tiene, por cierto, un sinfín de responsabilidades para restituir la dignidad de tantos seres humanos que quedaron desempleados a raíz de la debacle de los últimos años. Sin embargo, ha sido también desde un vasto sector empresarial desde donde han surgido siempre las sogas que permitieron a muchos compatriotas sujetarse para no caer en un mar embravecido.


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