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Noticia

La necesidad del político Columnista Carlos Fayt
Columnista: Carlos Fayt.

  Fecha: 07/04/2003

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El político es necesario, indispensable, imprescindible. En rigor, nada suple al político de carrera, al técnico altamente capacitado para el quehacer político: ni el empresario ni el gremialista ni el burócrata ni el tecnócrata.

El campo sobre el que opera la política es la realidad de la vida social que se desarrolla en el Estado. Lo real es lo que existe, lo que corresponde a la naturaleza de las cosas. El político debe tener sentido de esa realidad, saber qué debe hacerse ante una circunstancia dada en un momento determinado, obrando con criterio y habilidad sobre lo que es conveniente y oportuno. El dominio mental del problema es la clave del acierto en la solución.

La realidad que está incrustada en la acción política no es la que queremos que sea. La lógica de cada situación convierte a la acción política en oportuna o inoportuna, conveniente o inconveniente, en la medida en que guarda correspondencia con la solución práctica y concreta a problemas también concretos y prácticos.

Frente a determinado problema, la valoración de lo que debe hacerse depende tanto de que se lo conozca, plantee y solucione correctamente como de la elección de los medios adecuados para conciliar el propósito con el resultado. Y esa valoración implica contar, pesar y medir la acción y muy especialmente la reacción; esto último distingue al político del estadista, que es quien pone el acento del pensamiento en las consecuencias de cada acción.

No va a la zaga de los acontecimientos, presionado por las condiciones y las circunstancias, sino que utiliza las circunstancias y las condiciones para crear otras nuevas. No se limita a negar lo que otros hacen sino a obrar positivamente. Es productor de actos y de hechos políticos, fuerza activa en el proceso dinámico de las relaciones de poder.

Cuando el político y el estadista acceden al poder integran la dirigencia política del Estado. Son los gobernantes, los mandatarios, los que tienen a su cargo la determinación de las decisiones políticas, su ejercicio y control.

La Constitución Nacional establece que todos los habitantes son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad, con lo que no hace otra cosa que reconocer el derecho a que no se admitan excepciones o privilegios que excluyan a unos, de lo que se concede a otros habitantes en iguales condiciones, garantizando a todos los habitantes el derecho a tomar parte de la administración pública.

Pero no ocurre lo mismo con las funciones de decisión, acción y sanción propias de los órganos constitucionales. Cuando se trata de la dirección política del Estado, se exigen condiciones de edad, de ejercicio de la ciudadanía, de nacimiento o residencia y de ingresos. Para ser miembro de la Corte Suprema de Justicia se requiere, además, ser abogado de la Nación con ocho años de ejercicio.

No se puede reglamentar la idoneidad de los órganos constitucionales. No sólo porque lo impide la Constitución sino porque, aun en el caso de autorizarlo, no habría órgano de aplicación.La idoneidad de los órganos constitucionales no es una cuestión jurídica sino fáctica. No se crean políticos ni estadistas por decreto. El liderazgo, la jefatura política, la vocación del político y la configuración del estadista enraízan en aptitudes psicológicas básicas, sobre las que el medio social, cultural, político y económico adiciona condiciones y circunstancias objetivas en relación con el conflicto y la integración que constituyen los elementos claves de la política.Lo que puede y debe hacerse es crear condiciones objetivas para que en igualdad de oportunidades asuman sus roles, en plenitud, el político y el estadista.

Del uso que el elector haga de su voto depende que el régimen de partidos no se transforme en partidocracia. Del uso que los afiliados hagan de sus derechos depende que los partidos no se aparten de la ortodoxia democrática, su estructura interior deje de ser autocrática y oligárquica, y desaparezca la cooptación y la cristalización de la dirigencia política.


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