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Noticia

El vicepresidente sí importa Por Mario D. Serrafero
Diario La Nación

  Fecha: 01/09/2003

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En esta misma página, el 25 de abril planteé una pregunta: el vicepresidente, ¿importa o no importa? Sostuve que los argentinos incurrimos en dos lugares comunes equivocados: no es cierto que la vicepresidencia sea irrelevante, y el destino de los vicepresidentes no fue siempre el de "tocar la campanilla en el Senado", puesto que entre 1862 y 1976 el 26 por ciento de quienes fueron elegidos vicepresidentes llegó a la presidencia.

En la nota se destacaba que debían evitarse los conflictos y que el vicepresidente debía colaborar con la tarea de gobierno "dentro de la órbita presidencial". Los hechos ocurridos entre Kirchner y Scioli invitan a continuar con la reflexión.

¿Por qué la de vicepresidente es una función compleja y paradójica? Desde la perspectiva del presidente -consciente o inconscientemente- el vice suele ser sentido como una molesta sombra. ¿Acaso el fracaso del presidente o la fatalidad no lo ubicarían en el puesto de mayor poder institucional? Para el vicepresidente, su lugar es el de la máxima paradoja: no es nada,pero puede serlo todo.

Se suele mencionar el peculiar papel de la vicepresidencia como un "limbo institucional". La relación entre presidente y vice no es sólo la vinculación entre dos responsables del Estado, sino fundamentalmente entre dos personas, con sus intereses, pasiones y razones. La relación se mueve entre los siguientes polos: lealtad-deslealtad (principalmente, del vicepresidente), confianza-desconfianza (principalmente del presidente), identificación o no identificación (del vicepresidente con las ideas y acciones del presidente).

En el tramo electoral, el vicepresidente es elegido, por lo general, sobre la base de lo que puede aportar electoralmente. Se tienen en cuenta los votos potenciales antes que la homogeneidad de proyectos y de ideas. Una vez que los candidatos electos asumen, se ingresa en el "contexto de gobierno" y aquí cuentan las ideas, los estilos y la relación entre ambos. En nuestra historia existieron "fórmulas solidarias". En ellas, el presidente y su vice estaban muy identificados entre sí y primaba la armonía en la relación. Y encontramos también "fórmulas polarizadas", en las que existió una gran diferencia ideológica y de estilos y reinó el conflicto persistente. En el medio, cabría ubicar la "solidaridad crítica" de un vicepresidente que concuerda con el plan general de gobierno, aunque puede tener diferencias que siempre son lógicas y esperables entre dos seres humanos.

Está claro que el binomio Kirchner-Scioli no es una "fórmula solidaria". Lo que resta dilucidar es si se convertirá en una "fórmula polarizada", fuente de conflictos recurrentes, o bien asomará una solidaridad crítica que, más allá de las diferencias, permita el trabajo en común.

El entuerto generado entre el primer mandatario y el vicepresidente pudo ser evitado, al menos su nivel de resonancia e intensidad. ¿Qué hacer de aquí en adelante? Desde la Presidencia, aislar al vicepresidente no es la mejor decisión hacia el futuro. Por el contrario, lo único que se lograría con esto sería ubicarlo en un lugar de expectativa. El vicepresidente podría ser tentado por distintos sectores para sembrar divisiones dentro del gobierno si la popularidad del Presidente comienza a disminuir. De aquí a las interpretaciones conspirativas habrá pocos pasos.

Cabe recordar que el primer mandatario nada puede hacer contra el vice, pues goza de legitimidad popular. El vicepresidente no puede ser despedido como un ministro. Del otro lado, está bien que un vicepresidente tenga deseos de trabajar mucho, pero no es correcto que se muestre como una suerte de poder paralelo, y menos aún que entre en flagrante contradicción con el mandatario. La opción de que el Presidente y el vice sigan cada uno por su lado no hará más que profundizar la mutua desconfianza y podrá generar problemas más serios en el futuro.

El Presidente no puede negar que el vicepresidente también fue votado, y no sólo para presidir el Senado, sino para ser pieza de reemplazo en caso de ocurrir alguna de las situaciones señaladas en el artículo 88 de la Constitución. El vicepresidente tiene que reconocer que él no gobierna (ni cogobierna), según la Constitución. Pero ambos podrían iniciar una práctica institucional valiosa, que sería algo más que una coexistencia pacífica de mutua indiferencia.

Sería saludable que el Presidente incluyera al vice dentro de la órbita del Ejecutivo y le asignara tareas para que cumpla dentro de su plan de gobierno. ¿Por qué no pensar que el vice puede ser un copiloto? ¿Por qué no pensar en términos complementarios, más que competitivos? Este camino implicaría un trabajo en conjunto, eliminaría las desconfianzas, desterraría los malentendidos y sumaría energías a la acción de gobierno. Podría responderse que no es posible la propuesta porque los proyectos del Presidente y del vice son diametralmente opuestos, o sea que conforman una "fórmula no solidaria". Tal respuesta sería muy penosa, pues significaría que la designación de Scioli y la aceptación de éste para ocupar el cargo fueron sólo jugadas electorales. Es decir, la "vieja política".

En los Estados Unidos ocurría algo semejante. Los presidentes consideraban que la vicepresidencia era una institución que se mecía entre la inutilidad, la sospecha y la conspiración. La situación cambió en las últimas décadas. Fue cuando se la colocó en estrecha colaboración con la presidencia.

El autor es decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Sociales y de la Comunicación de la UADE. Autor del libro "El poder y su sombra: Los vicepresidentes" (Editorial Belgrano, 1999).


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