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Un país muy conservador
Artículo de James Nielson en el diario La Nación.
Opinión LA NACION publica hoy, por primera vez, un artículo del prestigioso periodista británico James Neilson. De estilo directo, vigoroso, el señor Neilson ganó el reconocimiento de lectores y colegas desde el comienzo de su labor profesional, hace muchos años, en la Argentina. Cuando una sociedad democrática se ve en graves apuros debido a la ineptitud de sus dirigentes, le es necesario hacer frente al hecho muy desagradable de que las mismas deficiencias políticas que provocaron sus desgracias también le impedirán superarlas. Puesto que les es virtualmente imposible buscar un nuevo gobierno fuera del sistema imperante, los encargados de solucionar o por lo menos de atenuar los problemas de la sociedad serán en buena medida los responsables de haberlos ocasionado aunque tratarán, como es lógico, por todos los medios de hacer pensar que ellos mismos siempre actuaron bien. Si bien dirán que "todos hemos cometido errores" o algo por el estilo, darán a entender que los suyos fueron meramente veniales en comparación con las barbaridades perpetradas por sus adversarios, con la esperanza de que sus compatriotas, hartos de la incertidumbre, terminen convenciéndose de que esta vez sí todo será distinto. A fines de 2001, la ciudadanía se dio cuenta de que sin un cambio político auténtico el país seguiría hundiéndose; de ahí el grito de guerra "que se vayan todos", seguido por "sin radicales o peronistas viviremos mejor"; pero aquel momento duró poco. Con una mezcla de tozudez y astucia, el establishment populista logró capear el temporal sin someterse a nada parecido a un examen de conciencia colectiva, con el resultado de que hoy en día el país tiene un gobierno peronista netamente conservador, en el sentido recto de la palabra, que lejos de querer modificar las "estructuras" está decidido a defenderlas, pero que no obstante ello disfruta del apoyo de una mayoría impresionada por su voluntad de castigar a los presuntamente malos, sobre todo a aquellos que militaban en una banda enemiga igualmente peronista. No extrañaría, pues, que en octubre del año que viene Transparencia Internacional ubicara la Argentina en el puesto número 110 o 120 de su liga de corruptos. Al fin y al cabo, el país no hubiera podido llegar a su posición actual -el número 92- sin la complicidad activa o pasiva de casi todos los vinculados con el Estado, incluyendo, huelga decirlo, a los políticos. Aun cuando a raíz de una epifanía el presidente Kirchner estuviera resuelto a romper con el pasado, sustrayéndose a sí mismo y a sus compañeros del pantano ético en el que todos se formaron, sería poco probable que el espectáculo resultante sirviera para mucho. Tampoco ayudará la llegada a la Corte Suprema de un jurista sin duda brillante, avalado con pasión por un gobierno tan propenso a sermonearnos como era el encabezado por Raúl Alfonsín, y que ha confesado ser un evasor impositivo empedernido y muchas cosas más. Por ahora, muchísimos se afirman encantados de ver a las puertas de la Corte Suprema a un hombre tan "idóneo" y tan distinto como el doctor Eugenio Zaffaroni, pero no es fácil creer que muchos tomen en serio sus eventuales fallos sobre causas relacionadas con la evasión impositiva. Está en lo cierto monseñor Carmelo Giaquinta cuando señala que "sin la creación de una conciencia ciudadana, la Argentina podría sufrir un derrumbe aun peor". En última instancia, todo depende de la actitud del soberano. Si Zaffaroni fuera norteamericano, no tendría ninguna posibilidad de integrar la Corte Suprema de su país porque en Estados Unidos los evasores van a otro lugar, la cárcel, pero sucede que, de haberse criado allá, nunca se le hubiera ocurrido transgredir las reglas con tanto desparpajo a sabiendas de que los demás -el Presidente, el ministro de Justicia, los senadores, muchos comentaristas, sus congéneres judiciales- lo "comprenderían". ¿Está en vías de articularse una conciencia ciudadana comparable con las existentes en las democracias más consolidadas? Puede que una esté gestándose, pero mientras no sea lo bastante fuerte como para obligar a los políticos a ponerse a la altura de su propia retórica, la Argentina seguirá cautiva de las mismas tradiciones al parecer inmutables que tantos perjuicios han causado a la mayoría abrumadora de sus habitantes.
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