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Nuestra baja calidad institucional
Editorial. Diario La Nación.
Editorial II La nueva versión del índice de calidad institucional que la acreditada Fundación Konrad Adenauer elabora para América latina da cuenta de un decepcionante desempeño argentino en esa materia: su posición se está degradando año tras año y en la última compulsa conocida ocupa el undécimo lugar, entre 17 países de los que se obtuvieron datos, con la agravante de que, si bien la puntuación alcanzada es proporcional a la ubicación en la escala, en términos numéricos está mucho más cerca del final de la tabla que de su comienzo. Contempla el informe pormenorizado lo relativo al funcionamiento de las instituciones públicas, al ejercicio de los derechos cívicos y a la vigencia de las garantías personales, y a los parámetros económicos y sociales. La mala calificación de nuestro país se origina en una "tendencia a la desestabilización", juzgada alta debido a marcadas deficiencias institucionales y a la falta de idoneidad en el estricto manejo político. Un rasgo revelador de esto último es -según se señala de modo expreso- "la existencia de grupos organizados y activos pero carentes de representación política", referencia que alude a los piqueteros. Debe observarse que los datos reunidos son anteriores a la crítica etapa iniciada en las últimas semanas de 2001, de suerte que muy posiblemente si el estudio se hubiese hecho algo después, los resultados hubieran sido mucho peores. El resto de la información aportada no contiene demasiadas sorpresas: como es habitual, Chile y Uruguay -con valores casi equivalentes- encabezan holgadamente la lista y, también como es regular, Paraguay la clausura. Con abstracción de este país, abajo de la Argentina sólo se encuentran Perú, Guatemala, Bolivia, Ecuador y Venezuela. Contrasta, en especial, que en la medición de la denominada "eficiencia política" hayamos tenido la última colocación: es evidente que el deterioro general de nuestra vida civil ha sido en extremo acentuado en los años recientes y que esto ha venido a traducirse en una deprimente realidad mensurable. La lógica frustración que provoca conocer un informe de ese tenor no debe llevar ni al desánimo, ni a la torpeza de querer ignorarlo. Lo más conveniente sería interpretar esos datos descorazonadores como un aporte útil para corregir comportamientos y para enmendar procesos cuyo carácter inconducente todos conocen y nadie niega. Por lo mismo, es claro que los males puntualmente medidos por la Fundación Adenauer en nuestro país y en muchos otros de América latina, no pueden llamar la atención. Tampoco, desdichadamente, sobresaltarán los anticipos que el estudio formula acerca de la extrema debilidad de la situación económica regional. Pero estos hechos en sí lamentables pasarán a ser positivos si consiguen esclarecer a las dirigencias hasta ahora despreocupadas y las instan a trabajar de modo coherente en la superación de las presentes condiciones objetivas que determinan postergaciones, indigencias y atrasos. La finalidad de esos sectores con mayor responsabilidad y de los pueblos todos debe ser -como muy bien define el estudio- "el logro de una continuidad sin sobresaltos, o de un avance sin retrocesos en el desarrollo democrático". ser -como muy bien define el estudio- "el logro de una continuidad sin sobresaltos, o de un avance sin retrocesos en el desarrollo democrático".
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