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Dentro de un territorio de incertidumbres
Joaquin Morales Solá para La Nación
Rafael Bielsa tiene fama de buen acróbata, pero le están pidiendo demasiado: en los últimos días debió menearse entre George W. Bush, Fidel Castro, Lula da Silva y la sublevación social que tumbó en Bolivia a otro presidente latinoamericano. Se desliza por un camino dentellado, en puntas de pie, porque, además, su presidente suele oscilar entre las intenciones, las palabras y los actos. El canciller desliza siempre, entre colaboradores muy íntimos, que jamás le escuchó pronunciar a Néstor Kirchner una frase hostil hacia Estados Unidos. El propio presidente ha dicho últimamente que las relaciones con Washington serán cada vez mejores. Bielsa ratificó esa aseveración presidencial, pero ninguno de los dos aportó una información que sustentara tal certeza. El problema de Washington es la conjetura y no la contrariedad. ¿Quién es Kirchner? ¿Qué quiere hacer? ¿Tendrá la misma fuerza que demostró para cuestiones internas cuando deba resolver asuntos de defensa hemisférica? ¿Cuáles son esas cuestiones de defensa? Los ejercicios conjuntos en Mendoza, por ejemplo, responde en el acto un diplomático norteamericano. En una Casa Blanca que detesta perder el tiempo estableciendo matices, la duda esencial refiere a si Kirchner es un capitalista con acentos progresistas o si, en cambio, es un progresista que desconfía del capitalismo. Más allá de las palabras amables -y de las poco amables-, Kirchner habita ese territorio de incertidumbres en Washington. No hay tampoco una sola administración en el norte de América. El duro Roger Noriega le reprochó a Bielsa su viaje a Cuba y su aceptación de una quita del 75 por ciento a la deuda cubana con la Argentina. Pero el elegante Colin Powell había sido mucho más sutil: Antes de llegar a La Habana, lea el discurso de mi presidente, le sugirió a Bielsa; refería a una severa monserga de Bush contra las andanzas de Fidel Castro. Noriega se equivocó en un dato crucial: Bielsa sólo recibió una oferta cubana, inspirada en la infinita picardía de Fidel. Sin embargo, el canciller no está en condiciones de dar una respuesta a esa proposición. La deuda cubana es con el Tesoro argentino y son otras las instancias que aquí deben resolver el conflicto. El viejo zorro del Caribe hizo suya la oferta de Kirchner a los acreedores privados. Pero la Argentina pagó los servicios de su deuda, puntualmente, hasta el default de la Navidad de 2001. Castro tiene una deuda de 30 años con la Argentina y nunca pagó un solo dólar. Conviene apartar a los Estados Unidos de la discusión sobre los derechos humanos en Cuba. Su embargo obsesivo es funcional a la perpetuación de Castro en el microclima sofocante de La Habana y, por otro lado, el anticastrismo cerril es parte del problema cubano y no de su solución. Es el gobierno de Kirchner, más que cualquier otra administración argentina de los últimos tiempos, el que carece de cualquier margen para ignorar las violaciones a los derechos humanos en Cuba. Un eje de su política es, precisamente, la crítica a los derechos humanos maltratados. Como no hay categorías de derechos humanos bien violados y mal violados, Kirchner perdería autoridad moral si se olvidara de Castro, que ha fusilado a disidentes hasta hace pocos meses y ordenó la prisión de más de 70 opositores, que corren el riesgo de morir en cárceles inhumanas. Es cierto que la Argentina se ha reservado en la historia sus propios márgenes de política exterior y es verdad, al mismo tiempo, que Bielsa fue mordido por una pinza insoportable. Habló varias veces con el embajador cubano en Buenos Aires y con el canciller de La Habana, Pérez Roque, sobre su intención de conversar con los disidentes. Pero llegó a Cuba un día después del durísimo discurso de Bush sobre Castro y la isla estaba alborotada. En estas condiciones, una reunión suya con los disidentes será tomada como una intromisión en asuntos internos, le advirtió Pérez Roque a Bielsa no bien pisó La Habana. Castro habló en Buenos Aires con opositores al gobierno de Kirchner y nadie lo entendió como una intromisión en asuntos argentinos. Volvamos al principio: ¿puede ignorar Kirchner la situación de los derechos humanos en Cuba? El propio Bielsa ha dicho que eso no es posible. Ahora el embajador en La Habana tiene instrucciones de recibir a los disidentes. Nuestros gestos deben ser públicos, adelantó el canciller. Otro hombre importante de Washington, John Maisto, embajador norteamericano en la OEA, le manifestó al canciller su sorpresa por la cancelación de los ejercicios militares de Mendoza. El problema de Bielsa no fue su viaje a Cuba, sino las condiciones contemporáneas que lo rodearon: la eliminación de aquellas maniobras con Estados Unidos, la cerrazón cubana para que hablara con los disidentes y la nueva y más severa política de Bush frente a Castro. Maisto le deslizó a Bielsa el temario de una próxima cumbre americana en México: terrorismo, narcotráfico, corrupción y equidad social en América latina. Entonces estamos bordeando los temas económicos y comerciales, se entusiasmó el canciller. Apartemos esos asuntos por ahora, lo decepcionó Maisto. Intelectual al fin, el canciller quedó rumiando una pregunta: ¿cómo hace un imperio para consolidarse si sus soldados quieren volver a casa y si, encima, no tiene soluciones económicas para ofrecer? Pero Bielsa suele regresar rápidamente a la política práctica: cree más en sus diálogos constantes con Powell y en la relación personal que ya entabló con el embajador norteamericano, Lino Gutiérrez. Lula fue también vapuleado por Estados Unidos y Europa, incluidos algunos intelectuales importantes, porque visitó La Habana y no recibió a los disidentes. Las cosas concretas de la integración argentino-brasileña (que fueron muchas e importantes) quedaron opacadas en la cumbre de Buenos Aires por el documento político de Kirchner y Lula, expresión, dijeron, del nuevo progresismo latinoamericano. Hay una decisión estratégica de Brasil en su alianza con la Argentina y ésta no puede prescindir de su vecino más importante, que es, a la vez, su primordial socio comercial. Sólo el Uruguay de Jorge Batlle provocó algunas discordias: Brasil está cansado de los empalagamientos norteamericanos de su pequeño vecino, pero la Argentina prefiere esperar. La cancillería de Bielsa ha reencontrado ese histórico atajo de la Argentina para hacer acrobacias entre Washington y Brasilia. Las relaciones con Brasil son esenciales, pero tienen dos límites. Esos bordes fueron expuestos de manera irrevocable por ex el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini a su entonces colega brasileño Luiz Felipe Lampreia en una reunión en el histórico despachó del barón de Río Branco, en la vieja Itamaraty de Río de Janeiro: la Argentina, le dijo, no podrá acompañar nunca a Brasil en su apetencia de ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidos, sin correr el riesgo de la irrelevancia, y no renunciará jamás a su destino industrial. El intento argentino-brasileño en Bolivia fue, quizás, tardío. Pero ninguno de los dos países debería ignorar que un proceso indigenista rebelde se extiende peligrosamente por la zona andina. El esfuerzo pacificador no debería concluir, porque un letal choque de culturas se cierne sobre la América hispana. La conformación social de la Argentina aparta al país de esa tragedia, pero la geografía lo acerca, azarosa y persistente. Joaquín Morales Solá
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