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Un nuevo escenario político
Joaquín Morales Solá
Joaquín Morales Solá La Capital tiene desde ayer un nuevo jefe político: el presidente Néstor Kirchner. Sólo su esfuerzo sobrehumano -y el estado de buena voluntad de la sociedad con él- hizo posible la reversión de una derrota cantada en una victoria de último momento. Las noticias de Buenos Aires tampoco fueron malas para el mandatario: el aplastante triunfo de Felipe Solá amortiguará la influencia de Eduardo Duhalde. El gobernador ha encontrado los márgenes de independencia que andaba buscando. Aníbal Ibarra es un político con una dosis fulminante de suerte. Fue candidato a jefe de gobierno en el año 2000 cuando ese lugar le correspondía a Carlos "Chacho" Alvarez; la necesidad política de aquella Alianza lo llevó a éste a la vicepresidencia y dejó vacante el lugar que ocupó Ibarra. Casi cuatro años después, Kirchner descubrió que la continuidad de Ibarra le aseguraba el control de uno de los cuatro principales distritos del país y le eliminaba, a la vez, a un peligroso contendiente como alternativa nacional, Mauricio Macri. Ibarra debe mirarse en el espejo, sin recurrir sólo a los pretextos ideológicos. Con cuatro años de gestión, con el apoyo incondicional del político más popular del país, el Presidente, y sin oposición orgánica a la vista, debió lidiar cabeza a cabeza con Macri hasta el minuto agónico del proceso electoral. Al revés, Macri careció de un partido nacional, se puso al frente de una coalición maltrecha en la que hubo ángeles y demonios en igual medida, y le fue retaceado el apoyo de los líderes peronistas que lo conocen y simpatizan con él. Sólo logró que Eduardo Duhalde, Solá y Carlos Reutemann, entre varios más, se manifestaran prescindentes; eso ya fue un pronunciamiento en un combate donde el propio Presidente dirigía un ejército. Macri no ha hecho un mal papel; su destino depende de su capacidad para darle forma coherente y renovadora a una fuerza política invertebrada que, no obstante, convocó a casi la mitad del electorado porteño. Kirchner jugó su gobierno. Tan consciente fue de eso que, en los días inaugurales de su administración, tuvo una disidencia notable con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, sobre la conveniencia -o no- de participar de las elecciones de la Capital. Ibarra estaba entonces varios puntos por debajo de Macri en todas las encuestas. Fernández, un dirigente porteño, lo convenció de la necesidad estratégica de conservar la Capital, no para premiar a Ibarra, sino para definir la consistencia política futura del jefe del Estado. Esa divergencia se resolvió tras días enteros de cerradas controversias. Después, Kirchner se abrazó con desesperación a esa causa; no conoce, en verdad, el clima tibio ni los colores grises. Ibarra retuvo el cargo: ¿retiene también el poder en la Capital? Sabe a extraño que el actual Presidente juegue su gobierno para que otro disfrute de las mieles de la victoria. Kirchner tendrá -no cabe duda- una influencia permanente, directa y profunda en los asuntos de la Capital. Es, desde ayer, su territorio político frente a los barones del peronismo del interior. Obsesión Duhalde es su obsesión más importante. El caudillo bonaerense lo ha fastidiado en los últimos tiempos con palabras de condescendencia que, en verdad, esconden la condición de patriarca del PJ. "Todo el peronismo estará con vos", hizo trascender Duhalde que le dijo a Kirchner. Pero más adelante le ofendió la calidad de líder: "Si Kirchner hace un buen gobierno, podrá aspirar a la reelección en 2007", sentenció Duhalde. Kirchner se enfureció por ese papel de caudillo casi papal del PJ que serpentea entre las palabras de Duhalde. ¿Solá está mejor con Duhalde? Hace quince días que no se hablan y el ex presidente se cansó de convocar a los poderosos intendentes del conurbano sin notificarlo al gobernador. Este nunca estuvo de acuerdo con la lista de candidatos a diputado que Duhalde le impuso sin derecho a refutación. La arrolladora elección de Solá, con características casi plebiscitarias, lo coloca en una situación empinada en la política y, al mismo tiempo, le entrega márgenes de acción como para ejercitar, de aquí en más, un juego pendular entre Kirchner y Duhalde. Es clara la intención de Solá de no caer en los brazos definitivos de ninguno de los dos. Suele manifestarse contrario al "conservadurismo" de cierto peronismo bonaerense, pero critica con la misma fuerza los brotes de "izquierda adolescente" en el país; el péndulo ha comenzado. Podrá decirse que Solá contó con el aparato político más enorme y perfecto de la Argentina, el del PJ de Buenos Aires. Es cierto, pero esa estructura no es invulnerable; perdió elecciones más de una vez. Solá es el caso contrario al de Ibarra: algo de su gestión de gobernante despierta la adhesión de la sociedad, además, desde ya, del disciplinado concurso del partido de Duhalde. Las elecciones de ayer lo ayudarán a Kirchner a sentarse de mejor modo frente a los prohombres del PJ. Pero no le quitarán la razón fundamental de su insomnio: el control del Congreso. Ni Ibarra ni Solá estarán en condiciones de asegurarle nada más que la buena voluntad en los momentos cruciales del ajetreo parlamentario. En esas circunstancias entrarán a tallar Duhalde, Reutemann, De la Sota, Juan Carlos Romero y Carlos Juárez, entre otros caudillos peronistas. La victoria es la condición elemental de cualquier líder peronista, pero nunca es suficiente. Por Joaquín Morales Solá Para LA NACION
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