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Noticia

Nuevas formas de democracia
Yves Sintomer . Sociologo, Profesor de la Universidad de Paris VIII y de Berlin - Clarín

  Fecha: 04/08/2003

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Instituciones de la República

Ante la insatisfacción de los ciudadanos por el déficit de representatividad de los gobernantes, se inauguran originales movimientos sociales y políticos.

Desde las revoluciones del siglo XVIII, las democracias representativas están atravesadas por una tensión. Por un lado, la elección instituye una distancia entre los gobernantes y los ciudadanos, así como una monopolización del poder real por parte de los primeros.

Esta tendencia ha crecido con la profesionalización de la clase política. Por otro lado, los gobernantes no pueden ignorar completamente la base ciudadana si pretenden volver a ser elegidos. Esta paradoja se ha hecho más aguda desde algunos años.

La crisis de los grandes partidos que habían permitido la integración de las masas en el sistema político aumenta la distancia entre aquéllas y éste. El peso creciente de los medios de comunicación, las intervenciones del poder judicial en el juego político, el proceso de globalización y la integración europea reducen el peso del poder político nacional en una transición del gobierno a la "governance", una palabra inglesa que se traduce en castellano por el término un poco diferente de "gobernabilidad".

No se puede retroceder al poder parlamentario clásico europeo del siglo XIX, cuando el pueblo quedaba excluido de la votación. No se puede tampoco volver al poder de los partidos del siglo XX, cuando éstos controlaban las redes de socialización en las cuales millones de personas vivían desde el nacimiento hasta la muerte en muchos países europeos.

Por este motivo, la aparición de una nueva generación política en los últimos movimientos es tan importante. ¿Será la nueva gobernabilidad democrática? Por supuesto, siempre hubo movimientos sociales en las democracias occidentales. Es precisamente una característica de este tipo de régimen permitir la expresión de la opinión pública a través de la libertad de prensa o de la movilización de los ciudadanos.

Y, sin embargo, tres fenómenos son nuevos. Primero, aunque haya militantes partidarios de las luchas y aunque la oposición política aproveche la oportunidad para intentar reconquistar la hegemonía política, los partidos políticos no controlan estos movimientos y la mediación partidaria ya no es más necesaria para conseguir un impacto real. Por eso, la actitud contestataria al gobierno de Aznar en las calles no se ha traducido mecánicamente en votos por la izquierda.

Segundo, los movimientos pacifistas y contra la globalización neoliberal no están organizados en una estructura única y jerárquica, sino en redes flexibles y bastante descentralizadas. Funcionan con coaliciones evolutivas, grupos de afinidad, decisiones consensuales, prácticas pluralistas. Dejan posibilidades de acción autónoma a los actores que se involucran en la lucha.

Tercero, tanto en el ámbito local como en el internacional se puede detectar una institucionalización creciente del diálogo de los gobernantes con los movimientos a través de varias formas de democracia participativa.

Desde la creación de presupuestos participativos hasta la presencia sistemática de las organizaciones no gubernamentales y de otros movimientos al margen de las cumbres políticas oficiales, es otra forma de democracia la que está surgiendo.

No todo es fácil, progresista y democrático. Los desafíos son muchos. Y el primero es el de la representatividad. A veces, algunos sectores sociales quedan fuera de las movilizaciones y los excluidos de la democracia representativa quedan marginados en la democracia participativa.

¿Cómo permitir a los más dominados, a los precarios, a los inmigrantes, a las mujeres, a las clases populares, un poder real en la nueva gobernabilidad?

El segundo desafío es el de la democracia interna. En su conjunto, los nuevos movimientos son bastante democráticos porque no existe una estructura hegemónica que imponga sus directrices a las otras y porque su descentralización permite muchas acciones autónomas. Pero todavía, en cada organización, el poder de decisión central sigue muchas veces monopolizado y poco discutido.

El tercer desafío es el de la articulación de las protestas con la capacidad de proponer políticas alternativas. Para mencionar sólo un ejemplo, las personas que más se movilizan contra las cumbres del G-8 o de la OTAN no siempre son las que más cuentan en los foros sociales mundiales o europeos, y viceversa. Entre los grupos de jóvenes radicales y los militantes más viejos ligados a los sindicatos, a la izquierda tradicional, a las ONG o a asociaciones como Attac, el diálogo no siempre resulta fácil.

El cuarto desafío es el de institucionalizar la democracia participativa sin poner en peligro la autonomía de la sociedad civil ni burocratizar la espontaneidad de sus movimientos. Además, cuando el sistema político está completamente cerrado sobre sí mismo, cuando un gobierno se queda sordo a lo que grita su pueblo, ¿cómo pueden los movimientos influir sin entregarse a un partido?

Estos desafíos resultan difíciles, pero son nuestros. La democracia nunca fue un proceso sencillo. Es el régimen de la incertidumbre, de la innovación perpetua, de la contestación.


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