Una mayor tendencia a votar, pero con gran fragmentación Clarín Eduardo Aulicino. De la redaccion de Clarín
Una mayor tendencia a votar, pero con gran fragmentación Todo indica que el domingo se reducirá el número de votos en blanco y anulados. Pero al mismo tiempo, el resultado estará muy dividido entre varios candidatos. Hace apenas un año y medio, el enojo con la dirigencia se expresó en un aluvión de casi cuatro millones de sobres vacíos o con Clementes o cualquier otra cosa adentro (blancos y anulados, según la definición correcta), que fue bautizado como "voto bronca". Ahora, cuando faltan unos pocos días para volver a las urnas, todo parece indicar que la crisis se reflejará más en la fragmentación del voto, origen de la incertidumbre de esta elección, que en la decisión de rechazar sin vueltas a todos los candidatos. Siempre una elección presidencial atrae más que los comicios para la renovación de legisladores, como los del 2001. Y ante un panorama de mayor nivel de votación, los consultores coinciden en que esta vez pesa además el atractivo de una carrera muy disputada, en la que sólo un puñado de votos puede terminar decidiendo los nombres de los dos que irán al ballottage. La tradición en la sociología política indica que a la hora de las comparaciones hay que medir entre términos similares: es decir, una elección presidencial con otra, o una legislativa con sus antecedentes. Pero la eclosión de octubre de 2001 anticipo del colapso de Fernando de la Rúa, marca un punto de ruptura que hace necesario el análisis entre lo que fue aquella experiencia electoral y lo que puede llegar a ser la votación del domingo. Y el tema, ahora, es que los efectos de la delicada situación política no deberían rastrearse exclusivamente en los niveles de participación en las urnas porque, a juzgar por los pronósticos, crecerá el número de voto positivo o "útil", aunque tal vez con porcentajes algo menores a la elección de 1999, que marcó el final de Carlos Menem y abrió el camino a la gestión aliancista, abandonada antes de tiempo por De la Rúa, en diciembre de 2001. Es evidente que sigue abierta la crisis de representación de los partidos y que, más allá de otras consideraciones, la división de la mayoría de las fuerzas políticas expresa o al menos está a tono con esa crisis. El PJ llega a la elección presidencial con tres candidatos y el radicalismo también aparece fracturado en su oferta electoral. La mayor evidencia de este estado de cosas es que no se trata sólo de un fenómeno protagonizado por los dirigentes. La mayoría de los relevamientos sobre intención de voto anticipa, por primera vez, un escenario de ballottage. En otras palabras, esto quiere decir que ningún candidato llegará al 45 por ciento ni logrará ubicarse por encima del 40, con más de diez puntos sobre su seguidor. Los candidatos con más chances giran hoy alrededor de los 20 puntos de apoyo. En cualquier elección presidencial de la historia argentina, el ganador por lo menos arrimó al 50 por ciento. Si no hay una epidemia de confusión y error entre los encuestadores, la elección del domingo mostrará un escenario de fragmentación del voto, pero paradójicamente de mayor participación que en los orígenes de esta crisis política. Y la realidad habrá que evaluarla en esos términos. El interrogante es si la sociedad empieza a convivir con el ballottage como una doble oportunidad de selección o si sólo se trata de un fenómeno coyuntural, a contramano de la tendencia histórica a la polarización y el bipartidismo. Pero antes de que el tiempo pase para poder analizar ese cuadro en perspectiva, y apenas haya concluido el recuento de este domingo, el dilema será si en el ballottage se mantendrán niveles similares de participación y eso alcanzará para generar consenso en torno del presidente que viene.
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