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La lógica del poder en Néstor Kirchner
Columna de Joaquín Morales Solá en el diario La Nación.
El poder. ¿Qué es? ¿Acaso la reverencia marcial de los granaderos, el cómodo palacio presidencial de Olivos o el elegante despacho oficial de los presidentes? No. El poder debe servir para cambiar las cosas y para mejorarle la vida a la gente. Que me echen si no les gusta. Es Néstor Kirchner, en cuerpo y alma. Bien. Hay una historia y un destino. El diagnóstico puede ser acertado y sensato el remedio, pero la dirección del destino es la que debe cambiar. Kirchner ha dejado atrás la lógica de la política clásica y se aferró a una lógica de las sensaciones. El fenómeno halagador de las encuestas se sostiene en esa percepción: dispara allí donde la sociedad entrevé que la política se encapsula y que los sectores de poder se encierran. ¿Está equivocado? La Iglesia fue la primera institución víctima del pasmo cuando emprendió su esfuerzo de diálogo nacional. Los sectores económicos y sociales hablaban con los obispos, pero no querían escuchar ningún discurso que los contradijera. El Estado había dejado de ser el bien común de todos los argentinos para convertirse en el coto de caza de una corporación política que se repartía los dividendos en generosos porcentajes. Ese es el cambio del que habla Kirchner. El problema refiere, aún, al sistema que reemplazará al antiguo régimen. El primer petardo estalló en los tobillos de la Corte Suprema de Justicia. No lo disparó la venganza ni el exceso de premura. El Presidente saltó cuando se enteró de una circular interna dirigida a todos los jueces de la Corte que decía textualmente: Por disposición del presidente del tribunal será presentada para ser tratada y dictar sentencia en el acuerdo por celebrarse el miércoles 11 de junio la causa "Lema, Armando Enrique sobre acción de amparo". Las palabras pueden decir mucho o pueden no decir nada. Esas decían mucho. La Corte estaba buscando, en el conflicto de los ahorristas, un caso que no fuera contra el Estado, sino contra un banco. El caso Lema reúne todas las condiciones: es un tenedor de plazo fijo en dólares contra el Banco de Córdoba. Julio Nazareno no había anticipado el tratamiento de ese pleito, como es costumbre, con dos o tres semanas de anticipación. Pidió la presencia en esa reunión, que no es habitual, del fiscal de la Corte, Nicolás Becerra, con el propósito de que el fallo saliera ese mismo día. No iré. Yo escribo mis opiniones, no las converso, respondió Becerra. Un miembro de la Corte buena comentó el asunto con Roberto Lavagna: ¡No pueden hacer eso! , estalló el ministro. La Corte podría dejar en manos de los jueces de primera instancia la forma de devolución de los depósitos. La mayoría de éstos ordenaría la restitución en dólares. En seis meses más el problema no existirá. ¿Por qué ahora? , inquirió Lavagna. No es un problema con usted. Es un mensaje de ellos para negociar su permanencia con el Gobierno , le explicó el juez. Cinco horas después, Kirchner estaba frente a una cámara de televisión, pidiéndole al Congreso que ponga en marcha el juicio político a la Corte. Negociar con la Corte, como lo hizo su predecesor Eduardo Duhalde, hubiera significado su primera derrota y una improbable victoria; la Corte rompió todos los acuerdos con el ex presidente. ¿Era necesario que le diera el empellón en un mensaje directo a la sociedad? Lo que podría cuestionarse es la forma, pero no el contenido; Kirchner llegó al límite de la legalidad, pero no lo cruzó. La apelación pública respondía más a la necesidad de arrinconarlo al Congreso que de echar más desprestigio sobre la Corte. La mejor virtud de la decisión Kirchner fue poner al descubierto a Nazareno, que hasta ahora había cultivado el bajo perfil. Hecho su debut mediático con el lenguaje y el estilo de un comisario de pueblo, no corresponde formular la pregunta de por qué debería irse. Nazareno no debió ser nunca juez de la Corte y mucho menos su presidente. Sus viejos vínculos políticos, profesionales y societario con el anterior titular del Poder Ejecutivo, Menem, más su carencia de atributos, comprobada ahora, explican hasta qué medida se quebró durante una década el principio esencial de la división de poderes. La Corte buena (Enrique Petracchi, Juan Carlos Maqueda, Augusto Belluscio y Antonio Boggiano), que tiene solvencia intelectual y no está sospechada de deshonestidades, podría pedirle el miércoles a Nazareno la renuncia como presidente del tribunal. La idea es interesante. Pero cuatro votos no resuelven nada. ¿Qué buscaríamos? , reflexionó uno de los cuatro, que no es Maqueda, autor inicial de la idea. El desafío consiste en que Kirchner no ponga en la Corte a su propio Nazareno. Gustavo Beliz aseguró que está trabajando en un decreto y en un proyecto de ley; en ambos instrumentos el Presidente autolimitaría sus amplias facultades para elegir a los miembros del tribunal. Cada candidato pasará por el filtro de las asociaciones profesionales y de la sociedad civil y se instaurará un sistema de sesiones públicas y abiertas en el Senado para concederle el acuerdo necesario. El viejo sistema resiste. En una reunión con legisladores, un peronista importante le aseguró al Presidente que podrían contar con el acuerdo del radicalismo si se le daba a este partido la eventual vacante de Carlos Fayt. Kirchner lo miró fijo y le asestó: Ustedes no han entendido nada. Está naufragando el antiguo pacto no escrito de que la Corte debe ser un reparto permanente entre peronistas y radicales. ¿Pasará lo mismo con el PAMI? La obra social de los jubilados es la caja política más importante de la Argentina, otro reparto entre peronistas y radicales que está vigente desde hace casi 20 años. Un radical importante, que no suele mostrarse en público, lo llamó varias veces por teléfono a Kirchner; éste no le contestó. El director del PAMI que responde a la línea de Luis Barrionuevo se manifestó impotente de renunciar, temeroso de sufrir represalias. Kirchner lo despidió por decreto. La renuncia es la decisión más fácil de un hombre libre. Pero en el PAMI regían otros códigos. Ahora falta poner allí transparencia y eficacia y limpiarla de intereses políticos. ¿Lo harán? Los "gordos" del sindicalismo están en capilla. Kirchner les ha hecho llegar la idea de democratizar los sindicatos, pero ése es un proyecto que termina con ellos en el cementerio. La guerra se desatará cuando el Presidente decida sobre las obras sociales, la más importante caja de la estructura sindical. Algunos empresarios vinculados al Estado deberían poner las barbas en remojo. Los nombres de Francisco Macri, por el Correo, y de Eduardo Eurnekian, por los aeropuertos, figurarían en un cuaderno en el que Kirchner escribe sus ideas y al que sólo accede él y, presuntamente, su esposa. ¿Y Carrió? Se queja porque se quedó sin discurso , dicen. ¿López Murphy? Ladra porque todavía sangra por la herida , descalifican. La tolerancia no desborda en los tiempos de Kirchner. Julio Strassera, el insobornable fiscal contra las juntas militares en los tiempos aún débiles de la democracia, criticó el codazo a la Corte. Fue fiscal de la dictadura , le respondió Kirchner. El Presidente se olvidó muy pronto de la memoria. Strassera tuvo coraje cuando el coraje no abundaba; su célebre alegato contra las cúpulas de la dictadura forma parte ya de la historia universal de los derechos humanos. La democracia no consiste en mirarse en el espejo ni en escucharse a sí mismo.
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