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Noticia

Una forma distinta de hacer política .
Nota de Joaquín MOrales Solá. Diario La Nación.

  Fecha: 01/06/2003

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No le gustan las reuniones de gabinete en las que nada se decide y todo trasciende. Hace política usando su presencia sorpresiva en cualquier lugar del país. Los ministros cuentan con una relación directa y personal con él, pero la confianza que les dispensa es limitada. El poder de decisión final no se lo entrega a nadie, por ahora al menos.

Néstor Kirchner es un jefe que se siente seguro cuando concentra y decide, a veces demasiado rápido. No es Fernando de la Rúa, que concentraba y dudaba luego sobre la decisión. No es Carlos Menem, que delegaba en sus ministros casi toda la administración, salvo algún asunto grave y estratégico. Ni es tampoco Eduardo Duhalde, a quien el gobierno lo aburría y las travesuras de la política lo excitaban.

Es su estilo de construir política, ni mejor ni peor que la de los otros. En todo caso, los resultados lo calificarán. Corre dos riesgos: que todos los conflictos comiencen a reclamar su presencia personal y que ni el tiempo ni el cuerpo le permitan semejante centralización del poder. Ya delegará, dicen sus amigos, pero las riendas las retendrá siempre él, cortas.

Un tercer peligro consiste en abrir demasiados frentes al mismo tiempo. Su primer desafío lo planteó con los militares cuando decidió descabezar a la cúpula de las Fuerzas Armadas. Esa resolución podía ser discutida, pero recibió una invalorable ayuda de parte del ex jefe del Ejército Ricardo Brinzoni; éste cortó cualquier debate con un discurso que no respetó la investidura presidencial ni las facultades constitucionales. No hay buen recuerdo de los tiempos en que el país político estaba pendiente del discurso de un general.

La decisión del Presidente se respaldó en dos argumentos. No quiso correr el riesgo de que las leyes de obediencia debida y punto final dejen de existir, por decisión de los jueces, y que la situación posterior lo sorprendiera con militares de alto rango involucrados en violaciones a los derechos humanos. Pero también había documentado reuniones secretas del generalato, durante la campaña, con Carlos Menem o con sus colaboradores más inmediatos.

Un amigo del Presidente y de Brinzoni le explicó a éste: Cuando se juega en política se puede ganar o perder. No era necesario que ustedes se jugaran tanto. Lo cierto es que perdieron.

Pero el dato político más importante es el regreso al Ejército de la doctrina militar que puso en marcha Martín Balza, excluido de la fuerza en los últimos años por sus propios herederos. Balza, el primer militar latinoamericano que hizo una autocrítica de los golpes de Estado, le dijo al diario español El País que el Ejército había vuelto a mirar con más atención el pasado que el futuro. Aludía a Brinzoni sin nombrarlo.

Uno de sus más estrechos colaboradores durante su larga gestión como jefe del Ejército, el general Mario Chretien, será ahora el segundo jefe de la fuerza; Balza se interesó personalmente por la suerte de este militar, que en principio estaba condenado al retiro. El ministro de Defensa, José Pampuro, le ofrecerá a Balza, además, un lugar como asesor de su cartera.

La Corte Suprema de Justicia le hizo saber al Gobierno que enviaría a la Cámara de Casación el planteo por la constitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final. Alargaría así el plazo de la resolución durante un año y medio. Ocho miembros del tribunal, de los nueve que hay en total, tienen opinión formada -y escrita ya- aceptando la constitucionalidad de esas leyes. La presunta nueva decisión es, sin duda, una invitación a la negociación por la suerte de los jueces y no de los militares.

Kirchner no aceptará el convite. La ofensiva dialéctica que su ministro de Justicia, Gustavo Beliz, emprendió contra la Corte encierra una estrategia: el Gobierno no la atacará en bloque, un método que marcó el fracaso de Duhalde, sino que disparará para cambiar a tres miembros del tribunal y, así, modificar su composición. A la Comisión de Juicio Político de Diputados entraron más de 40 pedidos nuevos para enjuiciar a varios miembros del tribunal. Su presidente, Julio Nazareno, sigue batiendo el récord de causas acumuladas en su contra.

Los flamantes gobernantes no deberían subestimar una información esencial: ¿cuentan con el Senado para dar luego el tiro de gracia? Si no tienen los votos suficientes en ese cuerpo para tumbar a los jueces, como no los tuvo Duhalde, la historia podría repetirse y otro presidente podría quedar como rehén de la Corte. El interrogante crucial refiere al día después. Beliz le propuso a Kirchner que los reemplazos en la Corte sean reglamentados por un decreto, porque deberían contemplar un sistema de consultas a la sociedad civil y a las asociaciones de profesionales y de magistrados. La Constitución reformada por Menem y Alfonsín deja en manos del Presidente esas designaciones, con posterior acuerdo del Senado. La política se reservó para sí la composición de la Justicia. Así le fue a ésta.

El día parece más claro en otros lados. A Rafael Bielsa lo traiciona a veces su poca experiencia en política exterior, pero ha logrado crear la expectativa de que podría sorprender con una buena gestión en la Cancillería. Tomó personalmente en sus manos el vínculo con los Estados Unidos y con Brasil. No le ha ido mal hasta ahora. En pocos días logró cambiar raudamente la dirección ciertamente mala en que venía la relación con Washington. De la desoladora indiferencia de George W. Bush con Duhalde se pasó a la invitación a Kirchner para visitar la capital norteamericana. De las monsergas humillantes a la Argentina de Paul O´Neill se saltó a la fugaz visita de Colin Powell a Buenos Aires, la primera que hará uno de los principales protagonistas internacionales desde que el país decidió ignorar el mundo.

Bielsa estudia ahora, con dedicación de jurista, un pedido de envío de tropas de la Gendarmería a Irak (que tiene sobre todo problemas de seguridad interna) bajo el paraguas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Kirchner ha hecho suya una política agresiva contra el terrorismo internacional. Es el mensaje argentino que Bush esperaba en la Casa Blanca.

Sin embargo, la chicana no está ausente del mundo diplomático: ¿Es cierto que tendremos que negociar en Brasilia las posiciones internacionales de la Argentina? , le preguntó, no sin cierta mordacidad, un diplomático norteamericano a un argentino. No, siempre que ustedes nos den cartas para jugar con el intercambio comercial. ¿Seguirán ustedes pidiendo todo y no dando nada? , le calzó con precisión el argentino.

Tal vez porque existían tantos conflictos juntos, el jefe del Banco Central, Alfonso Prat-Gay, superó sin mayores dificultades un error evidente, que él mismo acepta como tal: habló, con reserva pactada de antemano, de la política monetaria y de las posiciones de Kirchner y de Lavagna ante 100 personas. A Prat- Gay lo traicionan siempre su experiencia como docente y su inexperiencia como político. Ni el pensamiento es secreto en la Argentina.

Alberto Fernández, el jefe de Gabinete, lo ayudó a zafar de la suspicacia presidencial y Lavagna dio por cerrado el episodio, enfrascado en eventuales y más duras batallas con otros hombres del Gobierno. La administración no tenía mucho margen: el Banco Central es una de las pocas instituciones que funcionan bien.

Tampoco es necesario cambiar hasta el sistema solar ni empezar de nuevo en todas partes.


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