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Escasa ilusión en el proceso electoral
Por Joaquín Morales Solá. Diario La Nación
El proceso electoral entró en un estado especialmente extraño: ha perdido la ilusión social. La situación es especialmente notable porque se produjo un dramático vuelco en la opinión pública desde la primera convocatoria del presidente Eduardo Duhalde a elecciones internas abiertas e irrestrictas. Luego de esa convocatoria, el Gobierno manejó encuestas que indicaban que esos comicios habían despertado una importante expectativa popular. "Hay previsiones de que entre tres y cuatro millones de argentinos están dispuestos a votar en las elecciones abiertas", sostuvo por aquellos días el ministro del Interior, Jorge Matzkin. Sin embargo, el infinito juego de cambios y rectificaciones, de marchas y retrocesos en los reglamentos de la disputa interna, y la constatación cierta de que ninguno de los actuales precandidatos logra convocar a la esperanza colectiva, han terminado por apartar a la sociedad de los preparativos electorales. El propio Duhalde acaba de decir que ni él iría a votar en las elecciones internas, según los actuales reglamentos y de acuerdo con la grilla de candidatos que existe hasta ahora. La política argentina vive, de hecho, un proceso inédito. Los candidatos desesperados por serlo chocan con una mayoría social que nos los acepta como candidatos. El único político que la mayor parte de la sociedad visualiza como un candidato ideal, Carlos Reutemann, no quiere ser candidato. ¿Cómo se resuelve ese conflicto? ¿Se resolverá en algún momento? Si se tiene en cuenta la enormidad de la crisis argentina, debe concluirse que el próximo presidente no sólo debería contar con una cantidad importante de votos propios, sino también con el respeto de las minorías. A ese presidente de consenso no lo podrían expresar, desde ya, ni Adolfo Rodríguez Saá ni Carlos Menem, ambos con discurso confrontativo y ensimismado en un debate demasiado enconado y personalizado, según la fórmula del ex presidente uruguayo Julio Sanguinetti, quien -debe aclararse- hizo alusión a todos los candidatos y no sólo a aquellos dos. La tendencia declinante en las últimas encuestas de la candidatura de Elisa Carrió (observada hasta hace poco por peronistas y radicales como un peligro electoral real) influyó para que el justicialismo creyera, otra vez, que todo le está permitido en su lucha por conservar el poder. La hipótesis de Menem (según la cual, la sociedad terminará por votar por él si las alternativas se limitaran a Rodríguez Saá y a Carrió) podría crearle un serio problema de gobernabilidad posterior. Un presidente elegido por descarte, casi como un mal menor, deberá responder en el acto a las demandas de la sociedad. Si no pudiera hacerlo, como seguramente no podrá hacerlo de inmediato, se enfrentará en el acto con el rechazo social. Por su lado, la promesa implícita de Rodríguez Saá de hacer luego de una eventual victoria "la gran Menem" (esto es: gobernar con políticas contrarias a las que prometió durante la campaña) se encontraría con una novedad respecto de la experiencia de 1989: ahora hay una sociedad que ha sufrido notables cambios y que tiene menos paciencia, con un mundo mucho más dogmático y rígido y con un país más frágil. Empresarios nacionales (y podría consignarse a las dos grandes corporaciones nacionales que quedaron en pie, Arcor y Techint) y empresarios extranjeros (los españoles, sobre todo, que fueron los principales inversores del exterior en la última década) están dispuestos a hacer la peregrinación a Santa Fe. "Todo en la Argentina se está jugando a cara o ceca", ha dicho uno de ellos, no sin cierto dramatismo. La primera pregunta que encontrarán, si lograran trasponer la tranquera del campo de Reutemann, en Llambí Campbell, será sobre la medida en que estarían dispuestos a apoyar, con decisiones concretas, un eventual gobierno suyo. Inhabilitado por formación a hacer cualquier cosa que no esté en sus puntuales previsiones, el gobernador de Santa Fe recurre a esta pregunta con obsesión, sobre todo si los interlocutores son extranjeros. Su primer y espectacular "no" se respaldó en dos hechos: la ansiedad de Duhalde para arrancarle una definición inmediata y la conclusión de una reunión con diplomáticos norteamericanos, el día anterior a su anuncio. "No nos dejaron ni una luz de esperanza sobre el probable apoyo al país", dijo uno de los amigos del gobernador. Otro embajador, de un importante país europeo, señaló hace pocos días que esa clase de preguntas no debe hacerse ante diplomáticos. "Eso hacían los militares cuando querían dar un golpe de Estado", ironizó, para agregar: "Reutemann podría tener en el exterior interlocutores más importantes para escuchar una respuesta segura". Sin embargo, es casi imposible que Reutemann se incorpore a una campaña electoral en la que la disputa interna del peronismo (Duhalde contra Menem y Duhalde y Menem contra Rodríguez Saá) está impregnando casi todos los recovecos de la vida nacional. La interna aparece en el Congreso, en la propia Justicia (hay quienes aseguran que la pelea entre Menem y Rodríguez Saá merodea el juicio por el atentado a la AMIA) y en la seguridad colectiva y en las fuerzas de seguridad. Un ex canciller latinoamericano, de paso por Buenos Aires, expresó el dilema argentino con una frase de estupor: "¿Cómo es posible que el pueblo más educado de América sólo pueda producir estos candidatos?", preguntó y se fue.
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