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Noticia

La civilización es frágil
Alberto Benegas Lynch (h). Revista Perfiles Nº 111.España.

  Fecha: 21/10/2002

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Perfiles del siglo XXI. Núm. 111, octubre de 2002

El 11-S nos enseño que, por desgracia, la civilización es tan frágil como un castillo de naipes. La Humanidad ha avanzado durante siglos colocando naipe tras naipe, y cuando hemos alcanzado la más compleja estructura de cartas, un espantoso ataque terrorista nos da noticia de hasta qué punto es fácil acabar con él. Basta el soplido de la intolerancia, de la destrucción de nuestras más preciadas instituciones, de la libertad que las engloba a todas ellas.

La historia es la lucha por la libertad. Donde no hay libertad se apaga la historia puesto que el hombre se retrotrae a la condición puramente animal. Sólo el hombre tiene historia, sólo el hombre puede relatar historia.

La historia implica capacidad de hacer o no hacer. En la historia está excluido el determinismo y la secuencia necesaria, sea ésta lineal o no lineal.

Sin libertad sólo hay cronología de quienes han dejado de ser personas. Sin duda que, a menos que se inyecten productos químicos que paralicen las funciones cerebrales, habrá un atisbo de libertad.

En el contexto de las relaciones sociales, la libertad significa ausencia de coacción por parte de otros hombres. No resulta lícita la extrapolación del campo de la biología y la física a las relaciones sociales. Así, no es correcto afirmar que quien está en pleno vuelo no es libre de bajarse del avión. O que el fumador no es libre de dejar el cigarrillo o que no se es libre de ingerir arsénico y evitar consecuencias fatales y así sucesivamente.

La “historia como hazaña de la libertad”, decía Benedetto Croce. A medida que se estrangula la libertad se reduce el espacio humano y se ensancha el de la bestia. La civilización se basa en la libertad, no como condición suficiente pero sí como condición necesaria. La sociedad libre lleva en sus entrañas el respeto al prójimo, pero para que pueda hablarse de progreso debe también existir autorespeto: la actualización de las potencialidades en busca del bien. Estados de permanente drogadicción y la consecuente pérdida del conocimiento constituyen un ejemplo de la contracara del autorespeto.

Cuando se afirma que la civilización se basa en la libertad debe percibirse que este último concepto a su vez descansa en la soberanía de los contratos en que se basa la institución de la propiedad privada, comenzando por el propio cuerpo y el propio pensamiento. Estos principios sobre los que descansa la civilización son sumamente frágiles. No puede impunemente vulnerárselos sin producir daños graves a la cooperación social.

Nada debe darse por sentado. Como escribe Paul Johnson, “Debemos estar alertas, puesto que a la vuelta de cada esquina nos esperan acechanzas”. No hay aquí tal cosa como inexorabilidades. Todo depende de lo que cada uno de nosotros sea capaz de hacer cada día para defender la libertad. No se trata de declamarla sino de llevarla a la práctica. Al fin y al cabo, Mariano Moreno decía que “cualquier tirano puede obligar a sus esclavos a cantar himnos a la libertad”. Y tengamos en cuenta que en los primeros pasos de la civilización, la libertad constituía un privilegio que se otorgaba graciosamente a los amigos del poder. Este privilegio se fue extendiendo hasta universalizarse, en cuyo caso dejó de ser un privilegio.

Hoy observamos con preocupación asaltos constantes a la libertad que provienen de los rincones menos pensados. Los monopolios de la fuerza —habitualmente llamados gobiernos— se han extralimitado en su función de proteger los derechos de todos para inmiscuirse en esferas privadas, con lo que la libertad y la consiguiente civilización quedan conculcados o, en el mejor de los casos, quedan reducidos a una mera aspiración de deseos. La civilización implica permanentes esfuerzos y, sobre todo, estudio y comprensión de los principios sobre los cuales descansa esto que muchas veces se da por sentado pero que es frágil y está muy expuesto a los desvaríos de demagogos y oportunistas.

Son muchas las portentosas contribuciones con las que se va alimentando la civilización.

Es una tarea ardua y lenta que va conformando una trama compleja que no está en la mente de nadie en particular sino que, como queda dicho, es el resultado de infinidad de aportes. Pero es fácil destruirla. Sólo se necesita un número suficiente de vándalos instalados en los gobiernos que, con el apoyo del grueso de la población, estén imbuidos del suficiente entusiasmo por la barbarie para promulgar las leyes necesarias contra el derecho. Reinstalar la confianza resquebrajada lleva mucho tiempo. Se da por sentada la civilización como si fuera algo automático pero es muy frágil: se destruye ante la incomprensión de lo que significa el respeto y el autorrespeto.

Alberto Benegas Lynch (h) es vicepresidente de la Fundación Friedrich A. von Hayek en Argentina.


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