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Noticia

Líderes para la reconstrucción
Natalio Botana. La Nación.

  Fecha: 17/10/2002

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Candidaturas para cargos públicos

Nadie pone en tela de juicio la debilidad de nuestro liderazgo político. Transcurrido un año desde los comicios de octubre de 2001, cuando las urnas recogieron millones de votos de repudio al conjunto de los candidatos, el país sigue con un vacío de representación. Esta falla no ha podido ser reparada, por ausencia de partidos políticos sólidos y creíbles y de un elenco burocrático dispuesto, por lo menos, a mantener el rumbo de la administración cotidiana del Estado.

Varios síntomas revelan este malestar. Primero, la inutilidad del Congreso y del Poder Ejecutivo para llevar adelante una mejora de nuestros usos políticos. Para enmascarar esa voluntad de no hacer nada, o muy poco, se ha hablado hasta la saciedad de reforma política, creyendo que con ese discurso se tapaban las cosas. En realidad, lo que se ha hecho es echar al canasto un buen propósito ampliamente compartido. En las próximas elecciones, entristece reconocerlo, jugaremos con las mismas leyes electorales y con idénticas corruptelas en el gasto de las campañas.

Segundo, no hay reglas claras de sucesión. La Justicia anula las existentes suspendiendo las internas abiertas del 15 de diciembre y hasta hay serias dudas acerca de si se elegirá presidente y vicepresidente en la fecha estipulada (30 de marzo de 2003) o si habrá una postergación: un tembladeral que estuvo a punto de tragarse en bloque, en un juicio político mal concebido, a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Fue necesaria una penosa votación del Partido Justicialista en la Cámara de Diputados para desandar un camino en el cual había entrado, a principios de año, el propio Gobierno. Las únicas derrotadas en este juego de poder han sido las instituciones.

¿Qué se puede hacer ante tamaño desajuste? ¿Tienen sentido acaso, cuando todos los caminos parecen bloqueados, los liderazgos de reconstrucción en la Argentina? A simple vista la respuesta podría ser negativa, pero quizá la democracia pueda ofrecer razones para no desesperar. Durante medio siglo de declinación creímos resolver nuestros disensos transfiriendo a otros (particularmente, de uniforme) la carga de la solución de las crisis y, después, la culpa del fracaso. El resultado tuvo en muchas circunstancias tintes de tragedia.

En estos días esa transferencia de responsabilidades es imposible: sólo queda la mirada ciudadana sobre nosotros mismos, la asunción de responsabilidades y el largo camino de una muy difícil recuperación. Por eso, porque ahora se manifiestan las contradicciones entre una opinión fatigada y una clase partidaria que resiste el cambio, es preciso explorar el perfil de nuevos liderazgos políticos.

Promesas y realidades

Dos tipos de liderazgo se están insinuando en el país, separados por una frontera tributaria de nuestras tradiciones. Es posible que los partidos que gobernaron la democracia en estos años se dividan en varias candidaturas. Sin embargo, estas divisiones tienden a reagruparse en dos campos caracterizados uno por la vaguedad del lenguaje y de las propuestas y el otro por el designio de obtener un mandato sobre la base de proyectos claros y una plataforma explícita.

La ventaja del primer campo es la herencia del populismo: ganar con una promesa para hacer de inmediato lo contrario, o ganar con ofertas incoherentes, aunque atractivas, para insistir tozudamente desde el poder en su imposible realización. A mayor vaguedad de propuestas, pues, menor probabilidad de que estos liderazgos incurran en contradicción. En este hábil manejo de los mensajes reside la manipulación posmoderna, en todo caso mediática, del carisma. Se trata de un carisma maquillado que, en contra de lo que pensaba Max Weber, no busca actuar como agente de ruptura sino como resorte de unidad: a todo y a todos, en efecto, estos líderes dicen que sí.

La ventaja del segundo campo es la fatiga de la opinión frente a tantos predicadores de ocasión y los desastrosos resultados que el populismo ha producido recientemente en América Latina (Lula en Brasil, aunque algunos profetas anuncien su inevitable fracaso, es todavía una incógnita por develar). ¿Está la ciudadanía argentina ávida de verdad? ¿Tiene el lenguaje que rechaza el engaño alguna probabilidad de victoria? Para este estilo de liderazgo el arte de la persuasión no reside tan sólo en decir lo que hay que hacer sino en afirmar sin subterfugios lo que no hay que hacer.

Un líder que sabe decir que no puede alcanzar, en determinados momentos, una convincente altura moral.

No obstante esas ventajas, esta inteligencia de la verdad no penetrará como por arte de encantamiento en la sociedad argentina. La paradoja de los nuevos liderazgos populistas reside en el hecho de que necesitan conservar la pobreza para que los desamparados crean, sin mayor balance crítico, que su condición será superada. Estos líderes son, si se quiere, administradores paternalistas de la pobreza. Los liderazgos que propongan otras metas tendrán entonces que avanzar en un terreno en parte propicio y en parte minado.

Los liderazgos programáticos, atentos a una racional relación entre fines y medios, tienen a su favor el inédito papel que puede representar el lenguaje de la verdad y de la honradez, y en su contra la resistencia de los aparatos establecidos, fuertemente imbricados con los sectores marginales y excluidos de la población. Pero podrían disponer de una reserva de opinión antes desconocida: el impenetrable conjunto de los que, hasta este momento, no quieren ni aceptan a ninguno. Cuestión de convicción, dirán algunos. Tal vez esto sea tan cierto como las palabras que Walter Lippmann escribió en 1945: "Un líder finalmente se prueba cuando deja tras sí a otros hombres con la convicción y la voluntad de seguir adelante".


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