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Noticia

De nosotros depende
Editorial I. La Nación

  Fecha: 20/10/2002

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eVoluntaria: Cristina García Pullés
  Tema relacionado: Función Pública

El anuncio de que el acuerdo entre la Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI), tan trabajosamente gestionado, está ahora cerca de concretarse ha sido recibido con una sensación de alivio por la inmensa mayoría de la población, que en los últimos meses ha vivido como una amenaza la posibilidad de que el país pudiera verse llevado a una crítica situación de aislamiento internacional.

El hecho de que se haya redactado ya el borrador de la carta de intención tendiente a cerrar un programa stand by hasta diciembre de 2003 -el cual permitiría, en los hechos, prorrogar por un año vencimientos cercanos a los 14.000 millones de dólares- ha abierto una nueva expectativa, que invita a mirar hacia el futuro con algo más de sosiego y hasta con una moderada cuota de esperanza.

Si a eso se suman las declaraciones alentadoras que emitieron en estos días el subsecretario del Tesoro norteamericano, John Taylor, y el funcionario del FMI que atiende las negociaciones con el gobierno argentino, Anoop Singh, se advierte que hay algunas mínimas señales reveladoras de un leve mejoramiento en la opinión que se tiene de nuestro país en los foros económicos internacionales.

Sin embargo, sería un error olvidar que esos signos positivos provenientes del exterior constituyen sólo un aspecto del problema y no el más decisivo. Lo fundamental para definir el destino de nuestra nación será siempre, en última instancia, lo que seamos capaces de hacer y de construir los propios argentinos. Bienvenida la ayuda externa si nos sirve de instrumento para superar las dificultades más agudas de la crisis que nos devora, pero esta nueva contribución de los centros financieros internacionales sólo será útil y fructífera si los habitantes de esta tierra nos ponemos a trabajar en serio en la reconstrucción de nuestras instituciones democráticas, en el restablecimiento de la seguridad jurídica y en el diseño responsable de reglas de juego y de estrategias y políticas de Estado que sean la expresión de la voluntad coincidente de todos los sectores de opinión.

En la Argentina hubo, históricamente, dos maneras igualmente equivocadas de juzgar o dimensionar los efectos de nuestra relación con el mundo externo. Algunos sectores, adheridos a concepciones ideológicas rígidas y a una visión reduccionista de la historia, han denunciado siempre toda relación económica con los países centrales como una forma de la dependencia, como una señal de sometimiento. En el otro extremo del espectro político, muchos creen que basta con obtener el respaldo de los epígonos del mundo desarrollado y una ayuda efectiva de los organismos multilaterales de crédito para que los argentinos nos consideremos ya en la senda del crecimiento indefinido y podamos dar por allanado el camino hacia nuestra definitiva recuperación. Esta segunda visión, obviamente, es tan errónea como la anterior.

Los argentinos necesitamos abrir nuestra economía al mundo y esforzarnos por obtener la mayor colaboración posible de los organismos financieros internacionales. pero si nos dormimos sobre los laureles de un crédito que nos salve de volver a caer en el default o de una negociación coyuntural bien conducida, lo único que lograremos será desaprovechar los avances logrados y crear las condiciones para que en poco tiempo volvamos a conocer el sabor de la incertidumbre y de la decadencia.

Mirémonos a nosotros mismos y empecemos ya, sin demora, a trabajar en la reconstrucción de nuestras propias estructuras políticas, jurídicas, económicas, educativas y sociales. No sigamos creyendo que el mundo nos quiere dominar; tampoco alentemos la ingenua creencia de que el mundo nos va a venir a salvar.

La globalización es un fenómeno histórico irreversible. Suponer que las naciones pueden ignorar ese fenómeno es alentar una visión del mundo irreal y voluntarista. Pero creer que en la nueva realidad que estamos viviendo las naciones han perdido por completo la capacidad de construir su propio destino es adherir a un reduccionismo de signo contrario igualmente destructivo e ilusorio..

La Argentina será lo que los argentinos determinemos que sea. No volvamos a equivocarnos. Abrámonos al mundo, a sus influencias, a sus organizaciones, a sus proyectos, a sus ideas. Tratemos de integrarnos en sus sistemas y circuitos económicos. Fortalezcamos nuestros lazos con los bloques regionales y continentales. Pero sepamos que todo eso sólo nos hará mejores y más fuertes si al mismo tiempo somos capaces de transformarnos en una nación previsible, confiable, jurídicamente segura, económicamente sustentable, asentada sobre instituciones sólidas y transparentes y apegada a estrategias y políticas de Estado que no cambien ni se modifiquen cuando un gobierno sustituye a otro o se alteran las relaciones internas de poder.

Convertir en realidad esos objetivos es la gran tarea que los argentinos tenemos por delante. Es una tarea que, en lo esencial, nos compete a nosotros. Sólo a nosotros.


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